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Russell y el socialismo

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En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un texto de Sacristán, escrito hacia 1970, sobre la relación entre Russell y el socialismo.

Nota del editor.-  Este texto, publicado como epílogo a la traducción castellana del ensayo biográfico de A. J. Ayer, Russell, publicado por Grijalbo en 1973, toma pie en una conferencia dictada en la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao el 12 de febrero de 1970, diez días después del fallecimiento de Russell. Posteriormente se incorporó a la antología titulada Sobre Marx y marxismo (pp. 191-228). Sacristán realizó frecuentes referencias a Russell en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales a partir del curso de 1976-1977, pero, salvo error por nuestra parte, no dedicó al filósofo británico ningún seminario específico.

Al menos veintitrés libros y dos artículos extensos de Bertrand Russell interesan directamente para estudiar el tema. Lo principal de esa abundante producción está escrito entre 1896 (German Social Democracy) y 1951 (The lmpact of Science on Society)Pero la mayor dificultad con que se enfrenta cualquier exposición breve del tema no está determinada por la cantidad de esa producción, sino por su naturaleza. Se trata de centenares de páginas profusamente escritas sin preocupación científica. «Por lo que hace a los Principios de reconstrucción social –ha escrito Russell en el último período de su vida y, en cierta medida, también a mis otros libros populares, los lectores filosóficos, sabiendo que se me cataloga como “filósofo”, pueden extraviarse fácilmente. No he escrito los Principios de reconstrucción social en mi calidad de “filósofo”; los he escrito como un ser humano que sufre por el estado del mundo y siente el deseo de hablar con palabras sencillas a otros que experimentan sentimientos análogos. Si nunca hubiera escrito libros técnicos, esto estaría claro para todo el mundo; y para entender ese libro hay que olvidar mis actividades técnicas»1. Lo que ahí dice Russell a propósito de uno de sus libros más extensos de tema político-social se puede aplicar a toda su obra en este campo. Eso implica una escisión importante en su trabajo intelectual (pues no es indiferente que un escritor de «libros técnicos» reserve la exactitud de pensamiento para cuestiones formales y prescinda de ella cuando se trata de la sociedad), y explica parcialmente las muchas trivialidades y los no escasos descuidos discursivos que muchas veces se han señalado en los escritos político-sociales de Russell. Sidney Hook ha escrito que parece «como si sus escritos de historia le hubieran costado [a Russell] menos esfuerzo intelectual que sus demás obras»2 y esa frase no es sino amable insinuación de una evidencia. Desde la explicación de la existencia de los Estados Unidos de Norteamérica por el hecho de que Enrique VIII se enamorara de Ana Bolena3 hasta descuidos de formulación curiosos en un gran lógico y analista4, los escritos sociales de Russell evidencian suficientemente que han costado a su autor «menos esfuerzo intelectual que sus demás obras».

Lo notable es que Russell no carecía de instrumentos adecuados para trabajar con exigencia en el campo de la filosofía social. Sin duda estaba influido por el error neopositivista de confundir la noción de pensamiento científico, o incluso racional, con la de pensamiento teorizable en sentido fuerte, esto es, formalizable. Pero también manejaba, aunque con grados varios de explicitación, un concepto interiormente diferenciado o articulado de filosofía que le habría permitido trabajar seriamente los temas filosófico-sociales, porque le habría evitado el eclecticismo o incluso escepticismo que produce en el terreno social aquella identificación formalista, a causa del carácter no demostrativo de la programación política. Werner Bloch5 apunta útilmente a esa noción de filosofía a propósito de la comparación russelliana de Spinoza con Leibniz. Esa comparación muestra la percepción por Russell de una componente ética (por lo tanto política) en la actividad filosófica, y ello podría haberle suministrado uno de los instrumentos imprescindibles para comprender en qué consiste lo científico en materia de filosofía social: en la claridad de la consciencia política. Russell ha llegado a escribir una descripción de la tarea filosófica que responde a su manera a las necesidades de un trabajo serio en el campo social. Atenerse a esa descripción le habría podido evitar la disculpa de Reply to Criticisms: «Enseñar cómo se puede vivir sin la certeza y sin estar, por ello, paralizado por la duda es quizá lo más importante que la filosofía, en nuestra época, puede todavía hacer para aquellos que la estudian»6. Si se prescinde del tono elegíaco cuya naturaleza de clase, y hasta de grupo, no será difícil descubrir, el programa metodológico está en esas palabras lo suficientemente esbozado como para que sorprenda el que Russell no haya intentado realizarlo con un «esfuerzo intelectual» parecido, al menos, al que dedicó al Enquiry into Meaning and Truth, por ejemplo, por no hablar ya de Principia Mathematica.

El carácter divulgador y divagador de los escritos político-sociales de Russell explica en parte el que a menudo los lectores (más o menos decepcionados) zanjen el problema del pensamiento del filósofo sobre esas cuestiones remitiéndose simplemente a sus tendencias políticas.

Las tendencias políticas de Russell

Lo más frecuente es limitarse a caracterizarlas como liberalismo e individualismo. Pero, aparte de que ésa es una descripción vaga, ocurre que incluso para dar una imagen superficialmente adecuada habría que añadirle dos conceptos más, que aparecen en los escritos de Russell con la misma frecuencia y en los mismos contextos que los de libertad e individualismo: los conceptos de organización (o coherencia social) y progreso. Estos conceptos, por otra parte, actúan como limitadores de los otros dos, que se enuncian, en realidad, siempre con una acentuación moderantista. Así, por ejemplo, en Autoridad e individuo: «El problema fundamental que me propongo tratar en este ensayo es el siguiente: ¿cómo podemos combinar el grado de iniciativa individual necesario para el progreso con el grado de coherencia social indispensable para sobrevivir?»7. (Pero a veces la moderación de las nociones liberales y progresistas tiene un sentido socialista más o menos preciso).

Aún más inexacto aunque tenga su parcial fundamento es atribuir anarquismo a Russell. Las restricciones al despliegue del principio del individualismo y el mismo planteamiento adjetivo del tema de la libertad no obedecen sólo a la despierta sensibilidad de Russell para con los aspectos biológicos, humano-zoológicos de la vida social sensibilidad que le obliga a tener en cuenta cuestiones como las de la coherencia y la supervivencia de la especie, tan frecuentemente ignoradas por el pensamiento subjetivamente revolucionario en sus variedades no-científica8, sino que arraigan también en típicos prejuicios conservadores, principalmente en la idea de la eternidad del estado o poder político. Russell considera imperecedero el estado, sin conocer siquiera la distinción marxiana entre poder político y administración productiva: «Creo que las finalidades primordiales del gobierno han de ser tres: seguridad, justicia y conservación. Estos objetivos tienen la máxima importancia para la felicidad humana y sólo se pueden conseguir por medio de la actuación del estado»9.

No es posible ver opiniones propiamente anarquistas en un hombre que profesaba esa creencia. Lo más propio anticipando la atención que habrá que prestar a sus declaraciones socialistas es probablemente atribuirle un liberal-socialismo progresista, contradictorio a veces con su frecuente pesimismo histórico. El esquema de preferencias políticas dado por Russell en los Principios –democracia federal industrial y «socialismo» guildista o gremial es la formulación más completa de esa posición política: «Bajo la influencia del socialismo, el pensamiento más liberal en los últimos años ha estado en favor del crecimiento del poder del estado, pero [ha sido] más o menos hostil al poder de la propiedad privada. Por otra parte, el sindicalismo ha sido tan hostil al estado como a la propiedad privada. Yo creo que el sindicalismo tiene más razón que el socialismo en este respecto, pues tanto la propiedad privada como el estado, que son las dos instituciones más poderosas del mundo moderno, se han hecho perjudiciales para la vida por los excesos de poder […]»10. Se trata aquí de liberalismo con su punta guildista, que en un ambiente como el inglés podía sonar a socialismo. Las declaraciones socialistas de principio abundan en la obra de Russell, y predominan en conjunto sobre las de otro tipo. Pero siempre quedan limitadas en su sentido político concreto por un moderantismo que a lo sumo permite atribuir al filósofo lo que antes se ha llamado «liberal-socialismo». Y sin duda tiene Russell menor percepción de la realidad económico-social que la evidenciada por los principales economistas o políticos burgueses de la época. Esa escasa penetración es por otra parte y entre otras cosas subproducto de la buena voluntad de no aceptar la realidad capitalista dada, ni menos hacer su apología (aunque Russell llegaría a hacerla en algún momento). Pero, la buena voluntad no da de sí para Russell, en materia de propuestas políticas, más que un tibio proyecto de «tercera solución» de sorprendente debilidad intelectual, por su vaguedad y por su carácter utópico, que ignora enteramente la cuestión del contenido social del poder: «Al juzgar un sistema industrial, ya sea éste en que vivimos, ya otro que propongan los reformadores, hay cuatro apreciaciones que hacer. Hemos de considerar si el sistema asegura: 1) el máximo de producción; o, 2) justicia en la distribución; o, 3) una existencia tolerable para los productores; o, 4) los mayores estímulos y libertad posibles para la vitalidad y el progreso […] Yo creo que el cuarto es el más importante de los objetivos a que se debe aspirar, que el sistema presente le es fatal y que el socialismo ortodoxo puede serle fatal también»11.

Puestos a atribuir a Russell precisas opiniones políticas, lo más justificado sería imputarle ese intento liberal-socialista de tercera vía. Pero la vaguedad de la tendencia y, sobre todo, de las soluciones que en la realidad de la lucha de clases resultan forzosamente utópicas, y grotescamente utópicas, dada su modestia reformista, así como el practicismo o empirismo, nada científico, de la posición de método implicada por ese tipo de concepción vaga, ocasionan grandes oscilaciones de las opiniones políticas de Russell. Tras hacer crisis su inicial confianza en la consolidación del progreso burgués ochocentista, Russell ha vivido, hasta 1920 más o menos, una fase de creciente atención y simpatía al movimiento obrero y al socialismo. Esa tendencia se aprecia incluso en el tibio marco liberal-reformista de los Principios (1916): «Cuando la guerra termine, es seguro que la clase trabajadora descontenta prevalecerá en toda Europa y constituirá una fuerza política por medio de la cual se efectuará una grande y definitiva reconstrucción»12. Los adjetivos sugieren que esa predicción es también valoración.

La decepción que produce a Russell el viaje a la URSS reflejada en el libro que recoge su experiencia, Teoría y práctica del bolchevismo (1920) era seguramente inevitable, dado el moderantismo de su esquema político (la URSS de la guerra civil no podía satisfacer inmediatamente ninguno de sus cuatro criterios de estimación de los sistemas sociales) y dada la posición de clase y de grupo del filósofo.

Durante la crisis económica Russell se dedica a cuestiones de moral social. Puede sorprender que un hombre tan sensible como él a los acontecimientos y tan firmemente decidido a no dejarse apresar por los prejuicios diera en esta huida del problema social del momento. Es posible que la naturaleza agresivamente económica de la crisis de finales de los años veinte y principios de los treinta le molestara mucho intelectualmente, hasta el punto de imponerle una reacción de huida: pues el modo russelliano de entender lo económico como mera motivación subjetiva consciente, en una hipóstasis psicologista del marshallismo le dificultaba una contemplación cara a cara de los fenómenos críticos de aquellos años. t

Superada la fase más aguda de la crisis mundial, la producción política de Russell entra en un período de intensa polémica anticomunista vulgar, aunque con ocasionales afirmaciones de socialismo incluso en este período. La vulgaridad llega a extremos gratuitos inverosímiles en Russell. En Elogio de la ociosidad (1935) escribe, por ejemplo: «En tiempos de hambre no había sobrante; los guerreros y los sacerdotes, sin embargo, se aseguraban, de todas formas, tanto como en otros tiempos, de modo que muchos de los trabajadores se morían de hambre». Añade en nota: «Desde entonces, los miembros del partido comunista han heredado este privilegio de los guerreros y sacerdotes»13.

En la Segunda Guerra Mundial hicieron crisis algunas actitudes políticas de Russell, señaladamente el pacifismo de tipo tradicional, ajeno a consideraciones de clase. Él mismo lo tuvo que reconocer con cierto dramatismo durante su período norteamericano. Por eso es sorprendente que la crisis de esas actitudes no repercutiera en una reconsideración de sus puntos de vista políticos. El cambio que se produciría tardaría algo más en llegar. Por el momento la postguerra ve una exacerbación del anticomunismo de Russell hasta formas características de la propaganda del imperialismo durante la guerra fría. Ni siquiera falta la identificación del sistema soviético con el nazi: «Por alguna razón que he sido incapaz de comprender, a muchas personas les gusta este sistema cuando es ruso, pero les disgustaba, con ser el mismo, cuando era germánico»14. Más lamentable aún es que tampoco falte, aunque sea ocasionalmente, la apología del capitalismo, mediante sofismas supuestamente críticos («Muchos socialistas querrían añadir al poder político el poder económico a lo que en una democracia requiere distribución igualitaria. Pero podemos prescindir de estas cuestiones verbales»15) o mediante falsedad brutal («La distribución equitativa de la soberanía, tanto económica como política, ha sido casi lograda en Inglaterra, y otros países democráticos avanzan rápidamente hacia ella»16).

En este período llegó Russell a considerar como mal menor un uso preventivo, o coactivo al menos, de la bomba atómica por parte del imperialismo norteamericano contra la URSS, entonces aún desprovista del arma. No puede extrañar demasiado que ante semejante desenfreno apologético Lukács escribiera precipitadamente que «para pensadores como Russell la muerte de la humanidad es una perspectiva más soportable que la del triunfo del régimen socialista»17.

Ese juicio era falso. Los posteriores años de Russell, hasta su muerte, indican que el mayor error político de su vida aquella adopción de la drasticidad de la guerra fría obedeció a la misma causa que la posterior regeneración de su pensamiento político práctico. Russell percibía con intensidad máxima precisamente por su capacidad de ver a los hombres como especie zoológica el peligro del armamento atómico. En un primer momento de ofuscación pensó que la única salida era aceptar un solo señor atómico de todos los hombres señor que no podía ser sino el que entonces esgrimía monopolísticamente el arma, para evitar a tiempo la proliferación del riesgo. (Más tarde ha habido gobiernos con base económica no capitalista y con voluntad expresa socialista que han adoptado actitudes semejantes, pero mucho menos justificables en su caso, a propósito del armamento atómico de la República Popular China). Una vez que la ruptura del monopolio atómico del imperialismo norteamericano y la progresiva manifestación de la involución capitalista hacia neofascismos económico-militares en las principales metrópolis imperialistas abrieron la mirada de Russell hacia los verdaderos problemas pendientes, la misma sensibilidad «zoológica» al peligro atómico determinó la actitud política antiimperialista que le lanzó de nuevo a la calle en su vejez y determinará para el recuerdo histórico su amable figura luchadora. Dicho sea de paso, la peripecia política de Russell es una buena ilustración de que la razón, el buen sentido, es históricamente socialista, incluso cuando no tiene mucha profundidad: la razón elemental, primitiva, que impone preservar la supervivencia de la especie puede, en una circunstancia excepcional (1945-1950), caer en soluciones no menos elementales. Pero si la historia no se detiene, hasta la racionalidad elemental acaba por ser antiimperialista, y socialista por implicación.

Russell mismo parece haber sabido que lo mejor de su producción político-social era la acción que emprendió contra la guerra imperialista en sus últimos años, particularmente contra los crímenes de guerra (la guerra criminal, dicho con más exactitud) del imperialismo en el Vietnam. Tal vez por eso tuvo interés en dedicar, en su autobiografía intelectual, un capítulo entero «a lo que he intentado hacer a propósito de cuestiones sociales»18. Menos claro es lo que durante muchos años intentó pensar a propósito de ellas.

La línea doctrinal del pensamiento social de Russell

El motivo teórico más permanente en el análisis político-social de Russell es probablemente la noción de impulsos posesivos y creativos, motores por cuya acción se produciría la práctica social. La noción aparece ya en los Principios de reconstrucción social (1916) y sigue teniendo importancia básica en Autoridad e individuo (1949). En los Principios… presentaba (o postulaba) Russell «una filosofía de la política basada en la creencia de que el impulso tiene más efecto que la intención consciente para modelar la vida de los hombres. La mayor parte de los impulsos pueden ser divididos en dos grupos, el posesivo y el creativo, según que su........

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