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Libertad

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18.11.2025

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos la voz ‘Libertad’ escrita por Manuel Sacristán hacia el año 1951.

Nota del editor.- La voz «Libertad» fue uno de los artículos que Manuel Sacristán escribió para la Enciclopedia Política Argos, una enciclopedia coordinada por Esteban Pinilla de las Heras que no llegó a editarse. Probablemente escrito en el año 1951, fue publicado en mientras tanto (otoño 2002) e incluido Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, editado, presentado y anotado por Albert Domingo Curto.

I

1. El problema de la libertad presenta dos tipos de planteamientos que responden a dos concepciones distintas de la misma. En una primera experiencia de la libertad puede ésta, en efecto, darse como mera facultad de elección entre dos o más posibilidades, encontrándose el espíritu del que elige en un estado de indiferencia ante todas y cada una de ellas. Ésta es la libertad de indeterminación o indiferencia, el libre albedrío. Pero junto a la descrita se da otra experiencia de la libertad como el asentimiento total a exigencias que brotan de lo más profundo de nosotros mismos. Se trata de la libertad en sentido metafísico.

a) La concepción metafísica de la libertad aparece en el pensamiento griego y llega en él a un alto grado de elaboración. Está directamente enlazada en su origen con el intelectualismo moral socrático-platónico. La intelección del Bien es el momento decisivo de la ética platónica. El Bien conocido determina la conducta del hombre. O todavía es más íntima la compenetración de ambos aspectos –teórico y práctico– de la vida del hombre: entre las facultades del alma aparece en el platonismo una, la frónesis, que es al mismo tiempo contemplación del Bien y fuente inmediata de la conducta. La naturaleza compleja e indiferenciada de la frónesis nos indica que la determinación que el Bien opera sobre el hombre no es una coacción violenta, sino que encaja en lo más substantivo del ser de éste. Una y la misma cosa son el conocimiento moral y la acción moral. Por eso, si se respetan los moldes de la filosofía platónica, no puede hablarse de determinismo moral propiamente dicho, sino de adecuación natural del ser del hombre y el postulado de la consecución del Bien. Determinismo es concepto que supone una escisión previa entre acción humana y presupuestos (aquí teóricos) de la misma, escisión que no aparece en el cuadro platónico de ideas acerca de la vida moral.

Los estoicos han recogido, entre otros temas socráticos, ese racionalismo moral cuya consecuencia es una concepción estrictamente metafísica de la libertad. En ellos se manifiesta además un motivo que no aparece claramente en la filosofía platónica: el fatalismo. Amor fati (amor del hado) será la fórmula estoica que exprese esa noción de la libertad. Todos los hombres, el sabio como el necio, están sometidos a la fuerza del hado. Pero pese a que los estoicos hayan sido ocasión de múltiples desarrollos supersticiosos, en los maestros de la escuela «hado» significa simplemente legalidad cósmica, si bien ese concepto de ley cósmica cobre un inmediato sentido religioso al ser concebido Dios como «Alma del Mundo». Lo que diferencia al sabio del necio es que el primero conoce esa necesidad íntima de las cosas del mundo y de sí mismo y la acepta sin restricciones mentales. El necio, por el contrario, desconocedor de aquella profunda necesidad, se sublevará una y otra vez contra ella. Su libertad, más aparente que la del sabio, es sin embargo absolutamente imaginaria. Bien se ve que la doctrina estoica de la libertad desciende directamente del racionalismo ético socrático. Pero el estoicismo explicita claramente el momento de conocimiento y el de aceptación inevitable que se dan en la libertad concebida metafísicamente. Es probable que esa separación de ambos aspectos sea subsecuente a la desintegración de la actividad unitaria noético-ética del platonismo (presente en el concepto de frónesis) llevada a cabo por Aristóteles.

A esas dos notas fundamentales de la libertad en sentido metafísico conseguidas ya por el pensamiento griego, añadirá Kant un motivo aclarador de suma importancia. Conocedor de los resultados de la ciencia natural de su época –ciencia cuya fundamentación metodológica fue uno de los grandes motivos de su vida– Kant concibe al mundo externo de las apariencias (fenómenos) como sometido a una absoluta determinación. Ahora bien, nuestras acciones son tan fenoménicas como la oscilación de una lámpara o la caída de una bellota. Científicamente consideradas, pues, nuestras acciones están tan determinadas como cualquier otro fenómeno. Pero al margen de ese residuo fenoménico de nuestra vida está la voz del deber, oída íntimamente por nuestra persona, lejos de toda determinación fenoménica. La cosa en sí (nóumeno) que el hombre es, es el ámbito en que resuena el imperativo del deber. Ahora bien, un tal imperativo sólo puede tener sentido si se dirige a un ser capaz de atenderle o desatenderle –es decir, a un ser libre. He aquí, pues, que los análisis kantianos nos llevan a dos resultados por el momento inconexos: determinación de nuestras acciones como fenoménicas que son y libertad del yo nouménico. El concepto de elección es no sólo el puente entre ambas vertientes del problema sino, sobre todo, el concepto que expresa el acto auténticamente originario por el que el hombre decide de su ser, acto colocado fuera de las categorías del espacio y del tiempo. Todas nuestras acciones –pasadas, presentes y futuras– por más susceptibles que sean de descripción científica (y por ende, determinada) son en último término debidas no a sus condiciones fenoménicas antecedentes y copresentes, sino al acto instantáneo por el que elegimos y constituimos nuestro ser en completa y metafísica libertad. El desarrollo kantiano contiene un principio de dinamismo, de a-substancialismo, que puede chocar con una precipitada comprensión del papel del nóumeno en el sistema crítico. Este momento dinámico introducido por Kant en el concepto metafísico de libertad –y al mismo tiempo en el de persona– es el fermento decisivo en el pensamiento moderno y contemporáneo sobre ambos temas.

Por más que el concepto de elección rellene –en la intención de Kant– el hiato abierto entre el hombre fenoménico y el yo libre, la corriente monista que nunca deja de manifestarse en la historia de la filosofía tiende a eliminar el indudable dualismo de las tesis kantianas. Hegel es en este caso el portavoz del monismo. Los puntos de partida de Hegel en la Fenomenología del Espíritu son constataciones histórico-sociales y antropológicas, como se esfuerzan por hacer ver los hegelianos contemporáneos, marxistas o no. La libertad es presentada por el Hegel que aún se encuentra en la antesala del sistema definitivo como la negación del hecho coactivo en general –es decir, no sólo del hecho político coactivo, sino de la constelación de condiciones somáticas y sociales que determinan la acción del hombre no libre. La libertad es la activa negatividad que anula lo dado, no la elección entre varios «dados» necesarios. Pero ocurre que este resultado –como cualquier otro en Hegel– debe integrarse y se integra en la contextura dialéctica del sistema. Y precisamente la más saliente característica de ésta (el ser no una dialéctica formal metódica, sino la afirmación de la dialecticidad de la realidad) lleva el concepto de libertad recién bosquejado a un serio juego de integraciones sucesivas en el que pierde toda virtualidad autónoma para la filosofía política. El espíritu subjetivo, en efecto, mera vida natural, es superadoramente negado por el espíritu objetivo, en cuyas realizaciones adquieren nueva dignidad las aspiraciones brutas del espíritu subjetivo. Derecho, Moralidad y Eticidad son los tres grados que comprenden aquellas realizaciones. La Eticidad es de especial importancia para la filosofía política: está desprovista de todo contenido subjetivo y es realizada por el Estado. Éste crea en ella la «libertad objetiva», equivalente fijo de la subjetiva y favorecida, como es lógico, dado el espíritu del sistema, con una superior dignidad real. Cierto que el movimiento del Espíritu no se detiene en este segundo estadio. Cuando el Espíritu supera –por integración de ambas– sus estadios subjetivo y objetivo, se presenta como espíritu absoluto, consciente de sí mismo (momento subjetivo) a través de sus propias plasmaciones (momento objetivo). Pero si nos proponemos traducir a términos de pensamiento político lo que acabamos de ver, obtendremos el siguiente resultado: la «libertad absoluta» no puede ser otra cosa que la conciencia de la libertad objetiva –la cual, como elemento de la eticidad objetiva, se da exclusivamente en y por el Estado. En esta final absorción de toda la libertad........

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