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La culpa que no era mía: de la vergüenza al orgullo

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26.10.2025

Durante años creí que había algo en mí que debía corregir, algo que, aunque no sabía nombrar del todo, parecía despertar miradas incómodas, comentarios disfrazados de “preocupación” y silencios más elocuentes que cualquier palabra. No era una acción concreta ni un error cometido: era simplemente ser homosexual. Serlo en un entorno que me enseñó a sentir culpa antes que orgullo.

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Pero no hablo de una culpa abstracta, sino de esa sensación pegajosa y persistente que se adhería a mi cuerpo desde muy temprano, como si uno cargara una mancha invisible o un peso que debía esconder. Crecí rodeado de mensajes, palabras, chistes, explícitos y sutiles, que me hicieron creer que mi existencia, tal como era, debía ser tolerada, pero no celebrada. Y cuando una vida se construye desde la tolerancia, no desde la aceptación, la culpa encuentra terreno fértil para echar raíces profundas. La culpa no nació en mí; me la enseñaron. Vino de la mano de mi familia, los libros, la televisión, la iglesia, la educación, discursos y gestos cotidianos que parecían inocentes pero que, con el tiempo, fueron moldeando una forma de estar en el mundo marcada por la autocensura.

Sin duda mi familia fue el primer espacio donde entendí, aunque nadie lo dijera abiertamente, que había formas de ser “correctas” y otras que era mejor no mostrar. Los comentarios sobre los niños delicados, las caricaturas de los peluqueros, la vida de muchos hombres que........

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