«Sánchez, al rojo vivo (más dura será la caída)»
Una de las preguntas del millón que retumba por avenidas y hemiciclos desde hace tiempo es la de adivinar cuántas vidas tiene Pedro Sánchez, ínclito superviviente en esta España transmutada en ínsula Barataria, mil veces dado por muerto —ahogado, quemado, hundido, agonizante, moribundo, desahuciado, etc.—, pero mil veces resucitado, en un prístino ejemplo de que es un perfecto modelo para los manuales de supervivencia que tanto le apasionan.
Es curioso y epatante que en España tengamos por el lado ying a los desenterradores de momias, a los quebrantahuesos rojos amilicianados, y, por el otro, al yang de los enterradores, tertulianos de la disidencia, empeñados en sepultar a Sánchez, el cual, sin embargo, como convidado de piedra cum laude, vuelve a la vida una y otra vez, firme el gesto, impasible el ademán, tocando los tambores del llano, aunque maquillado por un tanatopractor que no tardará en ser imputado, por supuesto.
Es la historia de Pedro y el Lobo, de Prokofiev, pero musicalizada con “Noche en Monte Pelado”, de Modest Músorgski.
Estos enterradores, estos cenáculos de sepultureros se olvidan de que es muy complicado deshacerse de los seres de otro mundo, de otras dimensiones, pues lo único que necesitan para desafiar a la muerte es que no haya ajos cerca, que su ataúd esté en buen estado, y que no les den un estacazo en el corazón. Pueden volar con sus alas marsupiales, pero con un Falcon quedan más espectaculares, claro está.
Resiliencia, resistencia, supervivencia que recuerdan aquella famosa frase “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, cuyo copyright no es de Zorrilla en su “Don Juan Tenorio”, como muchos creen, sino de Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo novohispano de la primera mitad del XVII, quien expresa la idea de esa frase —aunque no con esas palabras textuales— en “La verdad sospechosa”, su obra más importante, escrita entre 1619 y 1620.
El caso es que —¡oh, casualidad!— en esa comedia se ponen de relieve los efectos nocivos de la mentira, que en ella son ejecutadas por el mismo galán —que se llama García, pero que podríamos llamar también Sánchez, claro—, en vez de por algún criado, como era la costumbre en la dramaturgia del barroco.
El mentiroso García tiene un rival a la hora de conseguir el amor de su amada, un tal Juan de Sosa. En el acto III, escena VII, se regodea en relatarle a Tristán la imaginaria pelea que sostuvo con su rival, según la cual le abrió “en la cabeza
un palmo de........
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