«Cuando los mediocres dictan las normas»
La relajación educativa y el desprecio por el mérito han hecho que la voz de un cualquiera pese más que la de un Nobel. Recuperar la excelencia es la única forma de evitar la decadencia.
Tras la bochornosa imagen que estamos ofreciendo al mundo últimamente, creo que ha llegado la hora de hacer un diagnóstico responsable, con rigor y claridad, aunque sin victimismos ni consuelos baratos.
Es comprensible que, observando solo esa imagen y sin profundizar en la realidad española, cualquiera pudiera concluir apresuradamente que España es un país mediocre. Pero esa sería una lectura superficial, que confunde la apariencia con la esencia.
Para huir de personales desahogos y someternos al rigor intelectual, establezcamos que lo mediocre es aquello que, instalado cómodamente en la tibieza de lo común, rehúye el mérito y se conforma con la sombra gris de lo apenas aceptable, incluso cuando dispone de medios para hacerlo mejor.
España no es un país mediocre. Esa imagen distorsionada se derrumba en cuanto miramos de cerca a quienes sostienen el país con su trabajo y talento. Lo demuestran cada día nuestros médicos que operan en hospitales punteros, nuestros ingenieros que diseñan infraestructuras en medio mundo, nuestros científicos que publican en las mejores revistas, nuestros artistas que llenan teatros y museos, y nuestros deportistas que suben al podio con la bandera al cuello. El problema no está en la gente.
El problema está en quienes, desde que el Partido Socialista que cuando asumió el poder hace más de 40 años, impulsó leyes las educativas que rebajaron al mínimo la exigencia del conocimiento y se han apresurado a derogar cualquier norma aprobada por la oposición que buscara fomentar el raciocinio y el saber, consolidando así un sistema que premia la mediocridad. Y es precisamente esa mediocridad institucionalizada la que alimenta la imagen exterior que tanto nos perjudica.
Sin un proyecto de........
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