Pequeñas f(r)icciones: La última noche de Dina
Los postes de la primera cuadra de Carabaya acaban de encenderse, pero el destello que arrojan es pálido, triste, como si les faltara fuerza. Envuelta en esa grisura, una camioneta se detiene frente a la puerta de Desamparados de Palacio de Gobierno. Con rostro desencajado, un hombre baja de ella y se identifica con los hombres de seguridad. Luego, ingresa a la Casa de Pizarro y, con pasos ansiosos, llega hasta la zona de la residencia. Cierra el puño y golpea una de las puertas, con fuerza.
—Dina, soy yo. Nicanor.
Un sonido de metal se escucha tras la puerta, un instante antes de que se abra. Nicanor Boluarte ingresa y la cierra tras de sí. Dina Boluarte acaba de sentarse en el borde de la cama. Tiene la cabeza agachada y sus codos sobre sus piernas. Con las manos juntas, parece que va a empezar un rezo. De pronto, levanta la cabeza.
—Hermano, gracias por venir.
—Imagínate. No tienes que agradecerme. Vine en cuanto pude.
—Tú sabes que hemos tenido nuestras discusiones, pero en momentos así, necesito el apoyo de alguien cercano. Y como Santiváñez está ocupado, te llame a ti.
—Este… gracias.
Nicanor se acerca y se sienta en la cama, al lado de su hermana. Le apena verla devastada. Recuerda entonces cuando, siendo niños, murió la mascota de la familia y su hermana se entristeció tanto que pensaban que alguien le había hecho “mal de ojo”.
—Dina, ¿sabes a qué me hace acordar verte así?
—Sí, lo sé. La vez que me obligaron a devolver mi Rolex. Esos miserables…
—En realidad yo me refería a otra cosa, pero bueno, no importa. Mejor dime qué es lo que pasa. Desde que me enteré de que Keiko te había bajado el dedo, te llamé varias veces y no me contestabas.
—Perdona, Nicanor. Es que no estoy contestando ninguna llamada.
—¿Lo haces para evitar las........
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