“Y tú, ¿cómo te sientes?” es la pregunta que más hago a la gente que me rodea. A mi equipo en la radio, a mi equipo del show, a mi representante, a mi asistente personal, a Mari, mi esposa. De hecho, siempre que le hago esa pregunta después de contarme qué le está pasando en la inmensidad de su universo, siempre me dice: “La primera vez que salimos, que me hicieras esa pregunta me enamoró de ti…: ‘Y tú, ¿cómo te sientes?’”.

No la hago de paporreta, no es un estribillo, no la hago porque sí. Es muy diferente al típico y desconectado “¿cómo estás?”, que no me dice nada de quien tengo al frente. Mientras que en “¿cómo te sientes?” puedo entrar, si me lo permiten, un ratito a su SER, a su mundo emocional, a lo que te está pasando en ese preciso instante, cómo estás interpretando la vida ahora, quién vienes siendo en estos precisos instantes.

Quienes me tienen confianza ya saben que voy a honrar cada una de sus palabras y se permiten aflojar. Saben que no me molesta escuchar, saben que no me incomodan las lágrimas, saben que trabajo duro y parejo para, cada vez menos, emitir algún juicio. Entonces, lo que me cuentan no es ni bueno ni malo: poderosamente ES, y eso es lo que vienen siendo. Hay quienes se desarman , aflojan y desbaratan frente a mí; entonces, siento, me conecto, nos conectamos, somos uno y aparece un abrazo que sostiene. Hay quienes me cuentan que están muy molestos con alguna situación que está ocurriendo justo en ese momento y, como para mí no es ni bueno ni malo, comenzamos a putear y carajear juntos; nos metemos un par de maldecidas y casi siempre cerramos con un “que se vaya a la concha de su madre ese huevón” o la situación que sea, y de ahí un profundo alivio. Una respiradita, dos respiraditas, tres repiraditas profundas y aparece la sonrisa. Solo había que botar esa rabia.

Y así me paso los días preguntando a quien me lo permite. “Oye, tú deberías ser coach”,........

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