Mi psicoterapeuta del amor
Alguna vez salí con una psicóloga que todo el tiempo no hacía más que decirme que yo era literalmente un tiro al aire y que, si nos encontrábamos con alguno de sus pacientes en público, por favor tuviera la cortesía de hacer como que no la conociera, soltarle la mano en el acto si fuera necesario y saludar amablemente en el respectivo momento de la presentación. En resumen y en criollo, lo que me pedía era hacerme el huevón.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué salía yo con alguien que a todas luces no disfrutaba de mí en público? Muy simple: estoy hablando de una prestigiosísima terapeuta, unos veintitrés años mayor que yo, y lo más sabroso: con muchísimas ganas de reírse y relajarse después de las sesiones con algunos de sus pacientes. Debo decir que todos o la mayoría de ellos personajes públicos, pero no de la farándula; para enterarme de esa chusma están el TROME y MAGALY TV. Esto era más finoli, políticos, deportistas, un par de periodistas, pintores, chefs y empresarios.
Gente muy muy muuuuy influyente que, pobres de ellos, confiaban sus más retorcidos secretos y traumas a esta psicoterapeuta con quien teníamos el acuerdo de yo ser su toy boy, su chico divertido, dos veces divorciado, además, sanisidrino, de manera que no le quedaba tan lejos de su casa el polvito de viernes por la noche. Y cada vez que salía embalada, por no decir borracha, de algún limeñísimo coctel en la calle Víctor Maurtua, yo estaba siempre disponible para recogerla en la puerta del predio.
—¿Por qué no te pides un taxi?.
—Porque me da flojera y, además, tú tienes el mismo Mercedes que yo, así que todo bien; cualquier cosa, creen que mi chofer me está recogiendo.
Así de claras las cosas nadie se ofendía. Ella me contaba los dramas de sus traumaditos; yo obviamente no decía nada ni diré porque no viene al caso. Las infidencias mencionadas siguen almacenadas en........
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