Lo que Budapest nos enseñó
Fue en abril cuando volvimos a ver las orejas al lobo. No sé cuántas veces van ya. El gobierno húngaro de Viktor Orbán, aliado y financiador de la extrema derecha española, prohibía las manifestaciones del Orgullo LGTBIQ llevaban celebrándose desde hace 30 años en nombre de una ley que vulnera los derechos humanos con la excusa de una falsa protección de la infancia y adolescencia. Creen que la homosexualidad es perniciosa y además, se contagia. Y lo único infeccioso aquí es una lgtbifobia miserable que utiliza a la infancia como escudo humano con el que resguardar su crueldad.
Hungría, un país de la UE, sigue la estela política de los últimos años: ser un matón de patio de colegio, ser el cabrón que amedrenta para imponer su fanatismo. Está de moda ser mala persona, que decía Gabriel Rufián. Sin embargo, las entidades activistas afirmaron que iban a salir a las calles igualmente, poniendo en riesgo su integridad física y mental, porque las autoridades, además de imponer multas a quienes participasen de la manifestación, utilizarían software de reconocimiento facial para identificar a las personas y enfrentarlas a cargos penales y hasta un año de cárcel. Y, por si eso fuera poco, permitieron dos concentraciones de ultraderecha con un recorrido similar al de la manifestación queer.
Y la respuesta a ese escenario desolador fue el verdadero espíritu de Stonewall: la unión que nos hace invencibles. El sábado pasado, Budapest nos dio una lección a todos esos países que celebramos una, dos, tres o cuatro manifestaciones libres del Orgullo LGTBIQ en las que parece que se estuviera compitiendo por saber........
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