¿Quién tiene derecho a hablar de pobreza?
Diversas señales presagiaban el último despropósito ministerial, que solo representa una expresión estridente —un tanto inesperada por su portavoz— de la forma habitual en que el discurso oficial construye y transmite la narrativa sobre la realidad cubana. No es algo nuevo: tiene antecedentes en la negativa habitual de las autoridades a usar la palabra pobreza, así como en la denominación “Período especial en tiempo de paz” para designar la crisis de los 90, y en la etapa post COVID-19 se introducen otras variantes.
Es una narrativa que evade los términos de mayor fuerza explicativa para referirse a la crisis —la policrisis— que vivimos, y prefiere nombrarla como “la compleja situación”: económica, energética, de abastecimientos, meteorológica, sanitaria, epidemiológica, de la producción de alimentos, y etcétera.
Esta forma de nombrar las cosas dibuja un mapa sectorizado que subvalora las articulaciones, sincronizaciones y el reforzamiento mutuo de las “complejas situaciones” particulares, lo que impide a la política captar el impacto exponencial de su concatenación y atenúa su carácter general, estructural y sistémico.
Es inadmisible que al analizar las causas de la “compleja situación” se coloque en primer plano el bloqueo estadounidense, y después se mencionen “nuestros propios errores”, sin decir exactamente cuáles son, ni rendir cuentas sobre ellos, ni asumir responsabilidades al nivel que corresponda.
También lo es que se defina el programa de gobierno para gestionar “la compleja situación” como corrección de distorsiones y profundas desviaciones estructurales y reactivación de la economía, sin identificar concretamente tales distorsiones ni mostrar la estrategia integral de cambio estructural y de modelo que una policrisis exige.
Que, al hacer frente a críticas, demandas y protestas nacidas de la precarización de la vida cotidiana que la “compleja situación” ha generado para toda la población —especialmente para, al menos, un 45 % en situación de pobreza (según mis propios cálculos)—, se opte por enmarcarlas, en su mayoría, como ilegítimas, mercenarias o violentas; por desmoralizar o reprimir tales actitudes, sin abrir la opción para el diálogo entre diversidades y saberes ciudadanos que quieran contribuir a la cimentación pacífica y colaborativa de un país mejor.
Esta manera de construir realidad con palabras y datos que disminuyen los problemas tiene su correlato en el ámbito de la problemática social. La Calle ya se ha referido al tema, con preocupación, señalando, por ejemplo, que la preferencia por la pobreza multidimensional como enfoque para medir avances en los objetivos de la Agenda 2030 —y considerar que los ingresos personales y familiares no son definitorios para la satisfacción de las necesidades esenciales— subvalora de forma dramática la proporción........





















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