Ricardo Riverón: “La única rutina posible es vivir”
Riverón es un hombre simpático, cualidad muy apreciada entre cubanos, y un muy buen escritor. Ha desarrollado su carrera literaria de madurez en Santa Clara, donde ha sido, mayormente, editor y promotor literario.
Nació en Zulueta, provincia de Villa Clara, en 1949. Autodidacta, ejerce, con pareja fortuna, la poesía, el testimonio, el ensayo y el periodismo. Es, además, un excelente cronista.
Hasta el momento ha publicado doce poemarios, entre los que vale citar Y dulce era la luz como un venado (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989); Azarosamente azul (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000); Lo común de las cosas (Editorial Betania, Madrid, 2005); Bajo una luz que no existe (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005); No me quieras matar, corazón (Antología poética, Ediciones Unión, La Habana, 2011), y Morir con otras almas (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016).
Entre los tantos galardones obtenidos se cuentan el Premio de Décima del Concurso 26 de Julio (La Habana, 1986), el Premio de Testimonio Pablo de la Torriente Brau, de la Uneac (La Habana, 2001) y el Premio Samuel Feijóo, de poesía relacionada con el medio ambiente, otorgado por la Sociedad Económica de Amigos del País, 2015).
En la actualidad, Riverón preside la filial de Villa Clara de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Ahora vamos al diálogo y a la lectura de algunos de sus textos poéticos, con la esperanza de que, en la medida de lo posible, incentivemos el conocimiento y la lectura de este contemporáneo nuestro.
¿Cuándo tuviste la primera noción de que había un género literario llamado poesía? ¿Cómo fue ese descubrimiento?
La poesía la descubrí, antes de leerla, en el frescor de las mañanas (mis mañanas adolescentes de batey de ingenio) seguidas de mediodías destellantes y atardeceres contemplativos. Como género literario me llegó de soslayo, tras intensas y tempranas lecturas de prosa.
Durante toda la primaria y secundaria la poesía me fue indiferente, aunque en realidad lo que rechazaba era el énfasis, la falta de naturalidad del discurso decimonónico que tan lejano sentí.
Era estudiante de preuniversitario cuando la tomé en serio por primera vez, paradójicamente, al descubrir con asombro la desenfadada y casi burlesca antipoesía. De la mano de Nicanor Parra, Vicente Huidobro, César Vallejo, José Zacarías Tallet, más toda la nómina de coloquiales cubanos de finales de los sesenta y todos los setenta, traje a la poesía a vivir en mi vida.
Fue un estremecimiento comprobar que la poesía puede tener los pies sobre la tierra y la cabeza en el cielo. Igual pensé, con tremendo atrevimiento, que tal vez yo pudiera hacer algo parecido a aquello que me exaltaba. La edad y la época me instaban al desparpajo juvenil, a la irreverencia; todo me parecía novedoso. Y aunque luego atemperé los ímpetus y me vi escribiendo a veces con rima y medida, sigo pensando que los pies del poeta deben estar sobre la tierra, aunque la cabeza ande por galaxias incomprensibles.
Partiendo del concepto de que la poesía es mucho más que un género, pues antecede en el tiempo a la literatura misma, ¿cuál ha sido, hasta hoy, el hecho poético más trascendente de tu vida?
Deben ser varios: con toda seguridad, el nacimiento y los primeros cariños maternos clasifican. Pero no voy a ser tan elemental y rasante. Seguro la confirmación del amor correspondido tiene también muchos puntos para ganar esa emulación. Pero igual: el primer poema publicado, la inauguración del mar en mi iconografía, cientos de paisajes de montaña, el nacimiento de mis hijos, el descubrimiento mismo de la poesía, la felicidad de un éxito que sucede a la angustia después de muchos fracasos, todo eso compite. Incluyo, con boleto ejecutivo, la certeza adquirida de que puedo construir mi espíritu en concordancia con los modelos que la grandeza humana puso en la historia para mí; el viaje adquiere una dimensión que rebasa con mucho esta elementalidad que es la existencia; ahí me siento cómodo y útil.
La condición elusiva de la poesía hace que sea de muy difícil conceptualización. Hay muy buenas definiciones, pero incompletas todas. ¿Tienes alguna personal o has incorporado una de otro autor? Juan Gelman dijo que la poesía es un árbol sin ramas que da sombra. ¿Qué piensas de esta definición?
Tremenda tarea conceptualizar la poesía; la definición de Gelman es muy buena; aquella de Lezama, del caracol nocturno en el rectángulo de agua, también; Bécquer la singularizó en un “tú” multitudinario; León Felipe le extrajo las palabras, la rima y hasta la idea misma; la puso a viajar en el viento. Mi humilde e imperfecta definición es que la poesía es el modo más natural, angustioso y placentero a la vez, de inventar otros mundos, insólitos y posibles, dentro de la cósmica pequeñez que somos.
Una parte de tu obra tiene a la décima como medio de expresión. ¿Esa forma estrófica está en tus orígenes familiares o se trata de una incorporación consciente a tu repertorio literario?
Es lo segundo. Pese a mi infancia y adolescencia rural, nunca en mis inicios me identifiqué con el repentismo. Luego, claro, vino la reconciliación con la estrofa, pero ya desde la literatura. Hasta donde sé, no hay antecedentes en mi familia y nunca he cantado una décima. Boleros, sí.
En el taller literario donde empecé a socializar mis escritos, el fervor por la décima era mayúsculo. Yo quise mantenerme al margen, pero acabé cediendo a la tentación, y no me arrepiento. El que considero mi primer libro en términos profesionales, Y dulce era la luz como un venado, es de décimas. A él le debo mucho en mi aceptación como poeta. Me inspiraron notablemente las elegías en décimas “La fuga del ángel”, de El Indio Naborí, y «Doña Martina», de Manuel Navarro Luna. Fue, por otra parte, el libro Sobre la tela del viento, del amigo y casi coetáneo Renael González Batista, el que me enseñó a leer de otra forma el paisaje campestre.
Gracias a las “Glosas” de Nicolás Guillén sobre los versos de Andrés Eloy Blanco, comprendí que la décima es compatible con la modernidad poética tal como la describió Carlos Bousoño. Algunos experimentos de vanguardia trasnochada con la estrofa me dejan indiferente y confundido, pues no alcanzo a metabolizarla sin la borrachera melódica que desata en el espíritu. En realidad, he escrito más verso libre y prosa que décimas, pero el debut me marcó.
Entiendo que tu primer conjunto de versos publicados fue Oficio de cantar. (Taller Literario José García del Barco, Camajuaní, Cuba, 1978). ¿Cómo recuerdas aquel momento? ¿Qué importancia tuvo el movimiento de talleres literarios en tu formación?
Aquella publicación, que hicimos de manera casi artesanal, en monotipia y compuesta por los mismos poetas (editamos toda una colección), me dejó las primeras enseñanzas en las artes editoriales y gráficas unidas al casi inmediato arrepentimiento por haber publicado ese folleto cuando aún mi oficio no me otorgaba merecimientos. Algunas de aquellas décimas las rescaté para el libro posterior, que antes mencioné, y otras las deseché con carácter definitivo; no obstante, siempre le doy su espacio a aquel cuaderno en mi currículo porque, imperfecto y todo, me propició alegrías y me abrió algunas puertas en la dinámica literaria de entonces.
Al taller literario le debo muchísimo; puedo decir que me salvó de autoconsumarme y autoconsumirme y me puso en un camino de superación constante. Al menos en el taller donde inicié mi vida literaria, esa era la filosofía, así como un culto a lo local como espacio que debía dialogar con lo universal, estrategia promotora que aún no abandono. La multiplicidad de oficios para la promoción de lo que hacíamos fue mi escuela para empeños mayores que luego emprendí y cristalizaron.
¿Cómo caracterizarías tu poesía? ¿Qué tanto le debe al conversacionalismo que se afincó en la poesía cubana a partir de la década de los 50 del pasado siglo?
Realmente no sé cómo caracterizar lo que he escrito. Más bien pudiera ser descriptivo. Mis primeros paradigmas fueron los conversacionales, como antes decía, y por ese rumbo quise andar.
Tras varios intentos de libros fallidos, pude finalmente armar uno que titulé La luna........© OnCuba
