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La España que se fue

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03.08.2025

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El suyo es un nombre que suena: lo hemos leído al pie de crónicas, reportajes, artículos de opinión —en estas mismas páginas, o en las del New York Times, El País, Vogue… Quizá ha llegado a nuestras manos alguno de sus libros (haber visto sus películas —documentales sobre la generación beat y sobre Europa después de la guerra— es mucho más difícil), o tal vez la asociamos sobre todo con aquella deliciosa película de Fernando Colomo, Los años bárbaros (1998). Los años cuenta una historia rocambolesca, inverosímil, y sin embargo real: en 1948, Barbara Probst y su amiga Barbara Mailer (hermana de Norman) aceptaron la idea de su amigo Paco Benet, al que habían conocido en París, para liberar a dos presos españoles. Era, recuerda Probst en su vivaz autobiografía Los felices cuarenta (Seix Barral), “un coctel de películas de Humphrey Bogart, Don Quijote arremetiendo contra los molinos de viento y una cucharadita de Paul Nizan”: consistía en que las dos chicas alquilaran un coche con matrícula turística y lo usaran para rescatar a dos estudiantes españoles, Manuel Lamana y Nicolás Sánchez-Albornoz, que por pertenecer a la FUE y publicar un libro con poemas de Neruda habían sido condenados a trabajos forzados en el Valle de los Caídos; e increíblemente, funcionó…
     Pero en definitiva, ¿quién es Barbara Probst Solomon? En dos líneas, ésta es su historia: nacida en 1928 en el seno de una familia neoyorquina judía y liberal —padre abogado, madre pintora amateur, institutriz alemana—, su curiosidad y espíritu aventurero la empujaron a irse a vivir a Europa al terminar la Segunda Guerra Mundial. En París se hizo amiga de jóvenes exiliados españoles, y amante de uno de ellos, Paco Benet (antropólogo y hermano de Juan, el novelista); les ayudó en la sonada fuga del Valle de los Caídos y en la redacción de la revista Península; también pasó una temporada en Alemania. Tras su regreso a Estados Unidos, donde ejerce como escritora, periodista y profesora universitaria, Barbara Probst siguió y sigue sirviendo de puente, intelectual y personal, entre su país y el nuestro. Acaba de recibir el premio Antonio de Sancha, de la Asociación de Editores de Madrid, y de tomar bajo su cuidado una exposición en el Instituto Cervantes de Nueva York, titulada America Meet Modernism: Women of the Little Magazine Movement, sobre las pequeñas revistas fundadas o dirigidas por mujeres que introdujeron en Estados Unidos el arte, la literatura y el pensamiento de las vanguardias.
     Entrevisté a Barbara —a quien no conocía— en Nueva York, apenas dos semanas después de las elecciones, en un soleado y gélido sábado de noviembre. Así tuve oportunidad de entrar en uno de esos edificios que una cree que nunca verá más que por fuera o en el cine: una de esas elegantes casas de pisos en los East Sixties, cerca de Central Park, con un toldo verde del portal hasta el bordillo para que cuando llueve no se mojen los señores al cruzar la acera, con portero uniformado y hasta ascensorista —hispano, naturalmente— también con gorra y galones. El piso (que no es suyo sino de alquiler, de renta antigua, ocupado antes por sus padres) es acogedor, cálido y sin pretensiones, a imagen y semejanza de su dueña, que me prepara un té en la cocina y responde luego a mis preguntas sentada sobre su cama y jugando con el perro: la cordialidad en persona.

Laura Freixas.- Es inevitable empezar hablando de las elecciones. Dicen las encuestas, concretamente cito la que se publicó en la revista Time, que a Bush lo votaron la mayoría (61%) de los varones blancos, de las mujeres casadas (54%) y de los que van a la iglesia al menos una vez por semana (85%), y a Kerry los afroamericanos (89%), hispanos (59%) y solteros o divorciados (59%). En su discurso, al recibir el pasado mes de octubre el premio de la Asociación de Editores de Madrid, dijo usted que Estados Unidos estaba dividido como no lo había estado nunca desde la Guerra de Secesión. ¿Comparte usted ese análisis, tan difundido, según el cual la gente ha votado guiándose por criterios morales y religiosos (el llamado values-vote) y en contra, en muchos casos, de sus propios intereses?

Barbara Probst Solomon.- Ante todo, y ponlo por favor en la entrevista, quiero decir que no es cierto, como publicó El Mundo cuando me entrevistaron a raíz del premio, que yo afirmara que este país se estaba volviendo fascista. Al contrario, siempre he dicho que aunque ganara Bush —y yo me lo esperaba—, este país, que es muy cíclico, terminaría por tener una reacción progresista. Dividido, sí lo está, y mucho más politizado de lo que ha estado en mucho tiempo; pero no es sólo una cuestión de valores, en el sentido religioso, sino de otras cosas: por ejemplo, las ciudades han votado demócrata y las áreas rurales, republicano. Es........

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