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La importancia de llamarse Julio Iglesias

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En 1973, un treintañero Julio Iglesias ofrecía un concierto en un cabaré de Miami llamado Montmartre. La presentación formaba parte de sus primeras aventuras en Estados Unidos y, a juzgar por el lleno total, particularmente de cubanos en el exilio, la noche no podía sino anticipar un éxito rotundo. Pero en algún momento, no se sabe si por candidez o porque alguien le había contado que su película La vida sigue igual había sido un fenómeno en Cuba, Iglesias manifestó en algún interludio su deseo de cantar en la isla para el disfrute de “muchos de quienes son vuestros familiares”. Tardó más en terminar esa frase que el que un primer vaso cruzara el aire rumbo al escenario y después un florero y después otro vaso y más adelante un cubo de hielo. La lluvia de objetos y de acusaciones de “¡comunista!” arreció en segundos e Iglesias salió huyendo en medio de la tormenta, no sin antes pronunciar unas últimas famosas palabras: “¡Pero si soy más de derechas que ustedes!”

El episodio dibuja un artista: a) torpe para lidiar con la política (en otra ocasión asistió a una cárcel chilena para dar consuelo a los presos del pinochetismo: “Aparentemente, soy un hombre libre”, les dijo, “pero en realidad soy un prisionero de mis compromisos” y todavía remató: “los comprendo muy bien”); b) obsesionado, sí, con ganarse América, sin limitarse a los países de habla hispana; c) consciente de ser, como decía Francisco Umbral, “el novio de derechas que todas las madres de derechas sueñan para sus niñas de derechas en un mundo […] de derechas”, y finalmente d) confiado, acaso de manera excesiva aunque justificada, en el azar y en un carisma capaz de sacarlo de cualquier situación embarazosa. Ese es Julio Iglesias, el hombre que, entre otros logros, ha vendido suficientes discos como para compararse con Madonna y Elton John; ha recibido el nombramiento “Padre del año” por parte de una asociación de familias, sin que nadie sepa bien las razones, y le ha puesto su rostro a un meme periódico de internet que, como todos los memes, lo ha despojado de su trayectoria para convertirlo en un icono silencioso y sin contexto.

Dos libros –El español que enamoró al mundo, de Ignacio Peyró, y Julio. La biografía, de Óscar García Blesa– han buscado, con algunos años de diferencia, trazar el heterogéneo perfil de un cantante que, desde el principio, quiso convertirse en un ídolo global y, para sorpresa de todos, lo consiguió con bastante prontitud. ¿Cómo hizo este joven de voz “pequeña”, como reconocía él mismo, llegar adonde llegó y codearse con quienes se codeó? Y más aún: ¿ese imparable ascenso dirá algo de la España de esos años, de sus intentos por consolidar un rostro más moderno en la etapa final del franquismo? Lejos de la hagiografía, pero también del menosprecio........

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