Juntos, pero no revueltos: las desigualdades que nos dividen, por Javier Herrera
El sentimiento de compartir el mismo destino y de pertenecer a una misma nación es pilar de la cohesión social. Gracias a ella se superan obstáculos y se logran consensos en política social y económica. La política tributaria determina quiénes y cuánto pagan impuestos a la renta y al patrimonio, lo que constituye una parte clave de los ingresos estatales. Sin ellos, la inversión en infraestructura y el gasto social en salud, educación y alimentación se ven limitados.
Mucho se ha escrito sobre la importancia de las desigualdades sociales y económicas y su supuesta relación con la cohesión social y, en casos extremos, las revueltas sociales o la criminalidad. Desde el punto de vista económico, la atención se ha focalizado en las desigualdades de ingresos. Formularlo de esta manera es problemático. Como señala Rochabrun (“La retórica de la igualdad” Ideele revista nª229, 2019), ello implica referirse, sin definirla claramente, a una imposible igualdad perfecta. Pero, importan los procesos, la toma de consciencia de privación a la cual se tiene derecho y con quienes uno se compara. El sentimiento de no ser iguales en derechos es un potente factor de insatisfacción y combustible (aunque no detonante) de revueltas sociales. En 2024, según la enaho, ocho de cada diez (84.4%) considera que no hay respeto por la igualdad ante la ley, porcentaje que se mantiene constante desde hace 18 años.
Reducir todo a desigualdad de ingresos es llegar después de la batalla, cuando el mercado ya dio su veredicto. Mientras la igualdad trata a todos por igual, la equidad implica un trato diferenciado que busca igualar condiciones y oportunidades más que resultados. La redistribución del ingreso tiene dos instrumentos: la política tributaria, que además de recaudar puede reducir desigualdades imponiendo mayores tasas........
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