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Cerdán y los visitadores

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Entrar en el trullo sin billete de vuelta no debe ser fácil. Hacerlo simplemente como periodista ya te deja una extraña sensación de batiburrillo desabrido, de olor metálico y sonidos penetrantes. Una desazón que te remolonea en la cabeza y se te pega a la ropa hasta que vuelves a incorporarte a tu vida habitual. Dicen que, al principio, lo peor, además de la falta de intimidad, es el síndrome de hipervigilancia, ese desasosiego que no te deja bajar la guardia. Algunos se acostumbran, otros no. Eso no quita para que algunos ilustres políticos hayan llevado razonablemente bien la «Chirona Experience». Rato y Bárcenas usaron la inteligencia emocional: aprovecharon la despersonalización que sufres ahí dentro para interpretar el papel de hermano mayor de los compadres que te encuentras por el camino.

Si sabes de economía o gramática, te pones a dar clase a los compis iletrados y así das un sentido noble a tu estancia en el hotel con barrotes. Los golpistas del 1 de octubre lo tuvieron más fácil porque hicieron grupito de «indepes» en la mazmorra mesetaria, con la paz de saber que Sánchez les estaba cocinando el indulto y que ya tenían aventura patriotera que contar a los nietos. Uno de ellos, Jordi Sánchez, fue tan........

© La Razón