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La maestría de tocar fondo -y no escapar

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30.06.2025

Hay una comediante satírica colombiana que hizo famosa una frase que me parece graciosa y, en cierta manera, muy reflexiva: “Vengo de recorrer los sótanos del infierno” contó una vez en una entrevista de televisión luego de haber pasado por un momento de alta presión mediática.
La frase, aunque puede tener sus tonos de hilaridad y gracia, refleja un estado o un pasaje por el que casi todos hemos pasado: tocar fondo. Sí, ir hasta abajo, conocer las profundidades de nuestra crisis, de la aparente desgracia y la crueldad de la existencia.
Lo que aparenta ser infortunio, cuando se mira objetivamente en retrospectiva, puede ser un nuevo impulso. No es necesario ponerse los lentes de color rosa para poder hablar de esta situación, sino para entender que a veces el abismo y lo hondo son necesarios.
Tocar fondo no es un evento. Es una experiencia. Una lenta caída o un abrupto colapso en el que algo se agrieta por dentro y que nos puede hacer sentir que la vida se nos escapa de las manos.
Puede suceder en medio de un duelo, de una ruptura, de una enfermedad, la quiebra económica o, incluso, cuando todo parece estar “bien” desde afuera, pero el alma pide auxilio desde adentro, que la rescatemos de la mala vida que le estamos dando, irónicamente.
Lo que a veces llamamos “crisis” no siempre es una tormenta visible: puede ser un silencio prolongado, una desconexión emocional, una sensación de no pertenencia como la que tuvo mi amigo Juan Camilo Vélez Ortega y que ahora narra en su libro “Viaje a las raíces”, ya próximo a circulación y del cual hablamos en el podcast de esta columna en podcast.luisfmolina.com
Arthur Schopenhauer, uno de los grandes pensadores del pesimismo filosófico, sostenía que “la vida oscila como un péndulo entre el dolor y el aburrimiento”. Para él, el sufrimiento era consustancial a la existencia humana, pero no por eso menos revelador.
En el fondo, decía, hay una verdad que se oculta tras las apariencias. Tal vez, por eso tocar fondo -aunque duela- también revela más de lo que quizás podemos entender o necesitemos saber en su momento. Esto nos pone en contacto con aquello que habíamos negado, postergado o simplemente evitado.
En mi caso, puedo decir que he tocado fondo varias veces y no siempre fue por cosas extraordinarias. A veces el abismo se disfraza de una conversación que no fue, de una espera que se volvió rutina, de un “te extraño” que no se atreve a salir o de estar lejos de la esencia, fuera del centro personal.
Otras veces, se parece a una cama demasiado grande o a un mensaje que uno escribe y borra diez veces sin atreverse a enviar porque la cabeza se convierte en aliada y enemiga sin cuartel. Así, hay fondos silenciosos, íntimos, invisibles y de profundidades desconocidas. No tienen gritos,........

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