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Del costo al valor: la verdadera abundancia no se compra

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22.09.2025

“Para la fiesta siempre hay plata”. He escuchado eso muchísimas veces. Es casi un dicho colombiano, si no de toda América Latina. 
La frase no es solo un guiño a la ligereza: dice mucho sobre lo que valoramos. Para la fiesta, para el encuentro, para el gozo compartido, siempre aparece el dinero, aunque falte para otras cosas. Al disfrute le conocemos su valor —me atrevo a decir— y, por eso, su costo no preocupa tanto. Hasta que pasa la dicha…
La euforia es seductora, pero luego de su paso fugaz deja secuelas y guayabos que se convierten en remordimientos; algunos son económicos y, otros tantos, morales. Pero, como consolación nos decimos: ¡A nadie le quitan lo bailado!
De otro lado, la búsqueda de lo más barato o un afán irrestricto por economizar puede llevar a olvidarse de lo que se merece, sea por calidad o por sustento. Incluso, lleva a inhibir la vida y sus placeres; a verlos como culpas o a sentir que no son merecidos. Los llamados placeres o lujos no son necesariamente malos.
Un lujo puede ser también una manera de dignificarse: ponerse una prenda que nos recuerde quiénes somos, probar un sabor distinto, regalarse un viaje corto o un descanso largo. No es la etiqueta lo que importa, sino la carga de sentido que lo acompaña. No es lo mismo saciar un antojo que comprar por gastar o gastar por comprar. 
Siempre recuerdo un video en redes sociales —auténtico en medio de tanta falsedad digital— en el que un hombre de unos treinta años llora al comprarse la consola de videojuegos que siempre soñó. El vendedor lo abraza y se conmueve con él. 
El comprador le confiesa que era una deuda con su niño interior y que estaba tratando de saldarla. Ese instante tiene profundidad: el dinero no es bueno ni malo y conviene empezar por desarmar esa falsa dicotomía que nos vende la humanidad.
Mi generación gasta o invierte el dinero de maneras distintas. Los valores que damos a las cosas no son los mismos de las generaciones anteriores. Probablemente priorizamos el disfrute momentáneo y pensamos menos en el futuro. 
Yo mismo dudo que algún día alcance la edad de pensión. Me faltan más de 30 años y, si miramos la ecuación de la expectativa de vida, la bomba pensional, la pirámide poblacional, entre otros factores, ¿cómo no van a cambiar la edad de jubilación en tres décadas? 
Quizás, para entonces, esté en 70 años. No lo sé, porque no soy vidente y los únicos pronósticos que hago son del tiempo, para saber si lloverá o habrá sol.
En todo caso, algo nos queda claro en medio del profundo mar de consumo en el que navegamos hoy y de las........

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