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Orlando Viera-Blanco: No estamos locos...

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03.06.2025

“No estamos locos “Don Quijote no está loco por no ver la realidad. Es negarse a aceptarla como definitiva. Es la esencia de la oposición democrática: no resignarse. No aceptar que el abuso se normalice que el silencio sea costumbre o la traición la derrote”

La genialidad de Cervantes fue convertir “la locura” en pasión, inspiración y esperanza. La ilusión hecha verdad. Por ello recurro a los clásicos. Para explicar cómo el liderazgo de la oposición real en Venezuela se desliza con nobleza por la baranda de la historia. Hablar de ética, moral o del areté platónico, sería suficiente. Pero es en el texto de Don Quijote donde encontramos ese toque romántico y mágico que nos da una comprensión gigantesca de un destino posible, de un nuevo amanecer.

Repasemos las líneas Cervantinas. De cómo en el talante del Hidalgo Alonso Quijano, cabalga la elegancia de María Corina, Rocío, Catalina, Dianora, Superlano, Perkins, Henri, Tarazona y miles de compatriotas que han sido víctimas de persecución y privaciones, millones que siguen de pie por recuperar una mejor suerte. En ‘la locura’ de Molinos de Viento, reposa una hermosa ilusión: mantener viva la fe y la convicción por vencer.

Don Quijote y los Gigantes del Campo

Quizás el Capítulo más famoso de Don Quijote [VIII], es su duelo contra los molinos de viento.

Una mañana clara, Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, cabalgaban por las vastas llanuras de La Mancha. El sol empezaba a calentar la tierra, y el viento soplaba suave sobre los campos dorados. De pronto el caballero detuvo su caballo Rocinante y se quedó mirando fijamente al horizonte. Sancho lo miró intrigado.

—Mira, Sancho amigo—dijo Don Quijote, con los ojos encendidos de emoción—. Allí, en la distancia, veo a treinta, quizá más, gigantes monstruosos que están causando estragos en estas tierras. ¡Es nuestro deber enfrentarlos!

Sancho entrecerró los ojos y luego se rascó la cabeza.—Señor, no son gigantes…Son molinos de viento. Lo que usted cree que son brazos, son sólo las aspas que giran con el aire […] Pero Don Quijote no lo escuchó. Ya estaba bajando la visera de su casco, empuñando su lanza con firmeza.

—Sancho, amigo mío, está claro que no ves la verdad. ¡Esos gigantes han sido transformados por hechiceros malvados! ¡A la carga! Y sin esperar respuesta, espoleó a Rocinante y se lanzó al ataque, gritando como un verdadero caballero andante.

—¡No huyáis, cobardes y viles criaturas! ¡Que un solo caballero os desafía! […] El viento sopló más fuerte justo en ese momento. Una enorme aspa giró, y cuando Don Quijote se acercó, lo golpeó con fuerza descomunal, lanzándolo por los aires. Cayó al suelo, molido, golpeado, pero no vencido. Sancho corrió a socorrerlo.

—Se lo dije, señor. Son sólo molinos. No había gigantes. Don Quijote, dolorido pero digno, respondió con seriedad:

—Sancho, Sancho… eso es justo lo que quieren que creamos. Pero yo sé que un malvado encantador los convirtió en molinos para arrebatarme la gloria de la victoria […] Sancho suspiró, pero no dijo nada más. Ayudó a su amo a levantarse, y juntos, una vez más, continuaron su camino.

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