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Fosforito: la herencia que nos obliga

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16.11.2025

Antonio Fernández Días 'Fosforito'. / TONI BLANCO

Hay días en los que a uno le cuesta escribir, no por falta de palabras, sino porque da la sensación de que cualquier frase se queda corta. Hace unos días Málaga se despertaba un poco más callada, un poco más despojada, como si hubiera bajado el telón antes de tiempo. Se nos ha ido Fosforito. Y aunque los grandes nunca se van del todo, la noticia deja un peso en el pecho de la cultura difícil de disimular. Era inevitable. Cuando alguien tan destacado se muere, lo que realmente duele no es su ausencia inmediata, sino la conciencia de que ya no habrá otra oportunidad de escucharlo en una entrevista, de verlo aparecer con esa elegancia sobria y esa mirada que contenía décadas de cante, noches, duende y cicatrices.

Fosforito no era un artista más en el mapa del flamenco: era un pilar, de esos que sostienen un edificio cultural entero sin pedir protagonismo. Un cantaor que no necesitaba artificios, ni fuegos artificiales, ni coreografías diseñadas para la economía del aplauso fácil. En él no había impostura. Su voz, incluso ya quebrada por el paso del tiempo, conservaba al hablar esa verdad antigua que tan pocos pueden presumir de haber tenido.

En los escenarios, no se limitaba a cantar: enseñaba. Y no me refiero a dar clases magistrales, aunque también las dio;........

© La Opinión de Málaga