Lydia Espina, la consejera que deja las escuelinas como legado y a la que un único disgusto le costó el puesto
Lydia Espina. / Pablo García
Dicen que el rostro es el espejo del alma. Y la cara de Lydia Espina era un poema el pasado viernes, en la última reunión que mantuvo con los sindicatos para tratar de frenar la movilización del pasado domingo en defensa de la enseñanza pública, que resultó ser histórica en participación al colapsar el centro de Oviedo con 20.000 personas –profesores, sobre todo, pero también técnicos, alumnos y familias– y que al final ha acabado por cobrarse su cabeza.
Su cara era un poema el viernes porque en cuestión de pocos días vio como saltaba por los aires, por sorpresa, su proyecto en la Consejería de Educación, cuyo mando asumió en julio de 2021 en sustitución de la que hasta entonces había sido su jefa, Carmen Suárez, quien acusaba cierto desgaste a mitad de aquella legislatura, marcada desde sus inicios por la pandemia. Como directora de Planificación y Estructuras Educativas hasta entonces, Espina (Villaviciosa, 1974) tenía experiencia en organizar las clases adaptadas a las medidas anticovid, y aunque le tocó lidiar al asumir el cargo con una de las olas más virulentas, salió indemne.
Así las cosas, pandemia superada, agotó la legislatura en –como ella misma se marcó como objetivo– recuperar el diálogo y la comunicación con los sindicatos. Estos, molestos sin ocultarlo con su antecesora, la recibieron con la mano tendida y no se lo pusieron difícil para empezar. Espina pudo presumir, por tanto, durante un tiempo de haber recobrado "el clima de convivencia" y retomar la "unidad de equipo". Todo por "mejorar la calidad del sistema educativo", esa que ahora, según los mismos sindicatos, está muy........
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