Biblia vieja
La biblia que llevo al lugar donde me congrego carga en su lomo una cantidad de años que desconozco. Luce desvencijada, casi fea si se la compara con las de mis correligionarios, quienes suelen presumir las suyas impolutas y coloridas.
La mía no es así. Una pasta ya muy desgastada cubre sus hojas, cuyo intenso amarillamiento casi desdibuja los apuntes que alguna vez fueron trazados en el blanco de corte.
Podría parecer impresentable para muchos, pero para mí, cualquier modificación estética supondría una afrenta a la vasta historia que encierra: la historia de Ema, mi abuela, de quien arbitrariamente la heredé. De ella perviven en mi memoria las devotas formas con que buscaba conectar con un Ser al que nunca vio, pero cuya presencia —aseguraría ella— sintió........
© La Crónica del Quindío
