«Entonces me dijo que me casara con él para poder quedarme tranquila en Estados Unidos», me contó una compañera de doctorado mientras íbamos en el metro de Granada.

Compartía sus penurias románticas de inmigrante y, en ese instante, sentí estar ante un dilema ético del amor. Si bien la propuesta puede entenderse como un genuino gesto de solidaridad transfronteriza, también podría encerrar algo de persuasión: aprovechar, a través de una «supuesta nacionalidad superior», la oportunidad de obtener la compañía de la persona deseada.

El amor entonces se convierte en un contrato de afecto en el que se intercambia residencia por compañía, una forma sutil de mercantilismo de las emociones. No es algo nuevo que la condición socioeconómica atraviese la intimidad; la literatura, desde cuentos de........

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