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Después de todo hay vida

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Todavía tengo un sobresalto que no se va. Vivirlo y narrarlo es difícil. No sabes si concentrarte en el temor o lo que tienes que hacer.

Santiago amaneció el 29 de octubre sin sol. Para algunas generaciones, estas noches largas no son extrañas. Pero esta vez, el viento y el agua nos trajeron algo más: un sonido que estremece y no se olvida. Empujó ventanas, sacudió puertas, torció antenas, partió vitrales, arrancó árboles. En medio de esa intensidad, los vecinos se gritaban unos a otros, buscando una señal. No solo de conexión. De esperanza. De vida.

Melissa, el huracán, ha dejado su huella en las calles, en los rostros, en esta ciudad que no sabe vivir sin ritmo. Por eso, antes de que tocara tierra, una conga se atrevía a sonar en medio de la ansiedad allá por algún barrio. Porque cada santiaguero lidia con el miedo a su manera: unos bailan, otros comparten imágenes de la patrona de Cuba desde el Santuario del Cerro del Cardenillo, algunos enuncian plegarias, otros simplemente esperan.

Santiago vibra con esa música. Que es única, que hace que la resiliencia tenga una filosofía diferente.

Se que, en algunos rincones, se intentó desafiar al viento con melodías para relajar una tensión que........

© Juventud Rebelde