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Salud mental: en manos de los grandes laboratorios

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13.07.2025

¿Enfermedad o negocio? ¿Dónde está el límite?

Si entendemos por salud mental un «adecuado y productivo equilibrio con el medio», puede verse que, para las grandes mayorías del mundo, en su cotidianeidad existen innumerables factores que conspiran contra ello. Es más que evidente que sobran problemas en el día a día: una pobreza que no baja a nivel global, la tensión de vivir en grandes urbes, la violencia que se va normalizando como conducta regularizada, la simple angustia de tener que manejar demasiadas presiones, en muchos casos la falta de perspectivas a mediano y largo plazo, las guerras, la desesperanza. Todo eso no significa, mecánicamente, que entonces una muy buena parte de la población va a estar «enferma» en términos psicológicos. Digámoslo claro: va a tener una pésima calidad de vida, que es otra cosa. La resignación ante todo ello es lo que prima; no es cierto que todos andamos cerca del suicidio: resistimos, aunque la calidad de vida sea muy cuestionable. Afirmémoslo de entrada: ¡no estamos todos locos!

Rápidamente hay que despejar un equívoco: la salud mental no está asegurada solo por una sumatoria de condiciones materiales concretas. Tener resueltas las necesidades básicas, vivir en un entorno agradable, comer todos los días, tener un techo digno: todo eso constituye una condición indispensable para la calidad de la vida, pero no asegura por fuerza que, aun teniéndola, alguien no presente problemas ligados a lo que llamamos salud mental. ¿Se puede prevenir o incluso asegurar que alguien no se deprima, no se angustie, esté libre de conflictos, no transgreda normas, no presente síntomas e inhibiciones, en algún momento no le encuentre sentido a su vida, no abuse de sustancias psicotrópicas o esté libre de prejuicios? ¿Puede prevenirse un delirio psicótico o una enfermedad psicosomática? ¿Cómo prevenir la disfunción eréctil o la anorgasmia? ¿Acaso es posible ello?

Hablamos de «trastorno psíquico» en relación a aquello que no podemos dominar en el ámbito de lo que es llamado, algo imprecisamente, «mental». Dicho de otro modo: ansiedad, inhibiciones, rasgos «raros» de nuestra personalidad, tics, «mañas» varias, ciertos rituales que podemos tener, los celos exagerados, las dudas que nos carcomen, inseguridades, miedos diversos… Ahora bien, ¿cuándo eso pasa a ser «enfermedad»? Menudo problema: según la visión biomédica de la Psiquiatría tradicional, de la que es solidaria también buena parte de la práctica psicológica, y que conforma el sentido común dominante: siempre.

Al decir «Salud Mental» se siguen repitiendo mitos y prejuicios, uniendo ese campo con «locura». ¿Qué es la «enfermedad mental»? Noción difícil, altamente problemática sin dudas. ¿Se emparenta con locura? Sí. Es decir: con aquello que nos saca de «lo aceptado» en términos sociales. «Locura», definitivamente, no es un concepto científico del área de la sanidad, sino un posicionamiento ideológico-cultural. Es una forma de estigmatización de lo «raro», lo incomprensible o intolerable para el discurso «normal». Por tanto, siempre relativo, histórico. ¿Quién es el loco? Aquel que se sale del rebaño. En ese «salirse» puede entrar de todo. Al respecto, describiendo a la Salpêtrière en el siglo XVIII -el mayor asilo psiquiátrico de Europa de ese entonces, ubicado en París-, Thénon (citado por Michel Foucault) dice: «acoge a mujeres y muchachas embarazadas, amas de leche con sus niños; niños varones desde la edad de 7 u 8 meses hasta 4 o 5 años; niñas de todas las edades; ancianos y ancianas, locos furiosos, imbéciles, epilépticos, paralíticos, ciegos, lisiados, tiñosos, incurables de toda clase, etc.». Esa abigarrada y multifacética colección de «rarezas» es la que sigue guiando hoy nuestra visión de estos temas. Toda esta serie de «curiosidades» puede ir al manicomio. O permanecer en la segregación, aunque no esté internada.

«Yo no estoy loco», se responde alarmados si se nos dice que debemos ir a un especialista en salud mental. Ese es el prejuicio dominante; nos confronta con la pérdida de nuestro propio manejo de la vida, de su control. De ahí que asuste/incomode tanto el campo de la salud mental, porque se une inmediatamente a la idea de «discapacidad», de pérdida de la razón, de desadaptación. Y de ahí a hospital psiquiátrico o chaleco de fuerza, un paso. ¿Cómo se desautoriza a una persona? Pues… tratándola de loca.

La salud mental se sigue concibiendo en términos de enfermedad: es sano mentalmente el que no delira ni tiene alucinaciones. Pero para esta cosmovisión no existen una cuota de malestar intrínseco a la civilización y el conflicto como dimensión normal de la dinámica humana. Prima la visión biológico-estadística que busca silenciar el disturbio, lo anormal, lo disruptivo. De ahí la importancia del manicomio, de la reclusión, del........

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