No hay que olvidarse de la Unión Soviética
Logros históricos de la Unión Soviética
El actual presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, alguien que ocupó puestos importantes en el gobierno como cuadro formado en la ortodoxia marxista de antaño, ahora como mandatario de un país capitalista pudo decir que “Olvidarse de la Unión Soviética es no tener corazón; pero querer volver a ella es no tener cabeza”. Un asesor del Kremlin, el más grande multimillonario de la Rusia actual, Vladimir Potanin (24.2 mil millones de dólares según Forbes en 2025), presidente de Norilsk Nickel -la mayor productora mundial de níquel y paladio-, perteneciente al círculo cercano del mandatario, le dice al oído, “No podemos volver a 1917, experimentaríamos consecuencias durante décadas”. Pero ¿hay que desechar esa historia entonces, o revisarla? ¿Olvidarla completamente, o aprender de ella?
Ante la caída de la Unión Soviética en 1991, y la consecuente desaparición del socialismo real en Europa del Este, el capitalismo occidental cantó victoria. De ahí la emblemática frase de Francis Fukuyama, proferida como grito de guerra, de “fin de la historia y de las ideologías”. Contemporánea a esa caída, en el otro gran país socialista, la República Popular China, se daba también un proceso de cambio -inspirado en la perestroika soviética- que ponía al gigante asiático en la vía de una economía de mercado. La igualmente emblemática frase del líder chino Deng Xiaoping parecía dejarlo claro: “No importa el color del gato, sino que cace ratones”, expresión traducida incorrectamente en Occidente, tergiversando su auténtico sentido, pues siempre se omite algo fundamental en lo dicho por Deng: “pero sus ojos siempre tienen que ser rojos”. (不管猫是什么颜色,只要它能抓老鼠,它的眼睛一定是红色的)
Para la interpretación hecha por la derecha de todos los países, la cual recorrió el mundo y pasó a ser, de alguna manera, la lectura oficial de ambos importantísimos fenómenos, las cosas estaban claras: el modelo socialista no prosperaba, y la única manera de sacar de la pobreza y el estancamiento a las poblaciones era la vía capitalista. Parecía que la apertura china y la catastrófica caída del primer Estado obrero y campesino lo dejaban en evidencia. Lo cierto es que hoy, a décadas de esos grandes acontecimientos, el capitalismo no resolvió en absoluto esos históricos problemas de la humanidad (hambre, desprotección, guerras, diferencias económico-sociales irritantes, migraciones imparables, catástrofe ecológica producto del inducido consumismo voraz a través de la obsolescencia programa, auge imparable de los negocios más infames y destructivos: armas y consumo de drogas ilegales, banalidad cultural llevada a sus extremos, fomento del individualismo hedonista) sino que, por el contrario, ha tensado la situación a punto de ponernos ante una virtual Tercera Guerra Mundial, que no estalla con el uso de armamento atómico, pero que es casi igualmente destructiva. El socialismo, si bien es cierto que no está en auge, no ha desaparecido como alternativa, como algo superador a lo que hoy se ofrece como la panacea del mundo. La vía china, aun siendo un capitalismo de Estado, o un confuso “socialismo de mercado” -para mucha izquierda fuertemente criticada-, presenta logros inconmensurablemente más grandes que los que obtiene cualquier país capitalista, no solo por su crecimiento económico exponencial, sino por el nivel de satisfacción que va alcanzando su numerosa población (cero hambre, cero analfabetismo, cero homeless, acceso gratuito a la más alta educación, potencia en alternativas viables al cambio climático). No olvidar que este actual complejo modelo de “socialismo a la china” está inspirado en una aguda y profunda mirada a la perestroika soviética, y a toda la historia de siete décadas de socialismo -imperfecto, sin dudas, pero socialismo al fin-.
De ahí que hay que volver a esa primera gran experiencia iniciada en 1917 en la Rusia zarista, no para desconocerla olímpicamente como pide ese asesor de Putin -y a quien parece que el presidente escucha con atención-, ni para negarla de cuajo, como sucede con buena parte de la izquierda actual. En todo caso, es necesario revisar con ojos críticos qué pasó allí, rescatando lo bueno -¡espectacularmente bueno!- que hubo en sus albores, y analizando el porqué de la posterior burocratización y la aparición de un fenómeno -muy criticable, por cierto- como el estalinismo.
Está claro que la historia humana se hace a los golpes, con avances y retrocesos. Nunca hay paraísos, ni podrá haberlos porque eso no está en nuestra esencia, pero visto el curso de estos dos millones y medio de años que lleva nuestra especie desde el primer homínido que descendió de un árbol, se irguió perdiendo la cola y empezó a trabajar industriosamente labrando una primera piedra hasta el presente, encontramos que hay una ininterrumpida búsqueda de mejora en la calidad de vida. En la humanidad actual sigue habiendo hambruna, si bien existe ya la posibilidad de alimentar de modo satisfactorio a toda la población mundial; si ello no ocurre y se desperdicia comida (40% se deja perder), es porque en el capitalismo vigente se botan alimentos para no perder ganancias empresariales. El descollante desarrollo de la robótica y la inteligencia artificial podría permitirnos trabajar menos y dedicarnos más al ocio creativo, pero la realidad nos muestra todo lo contrario. Podría tener todo el mundo acceso a dignos satisfactores básicos, pero la realidad capitalista muestra que solo al 15% de la humanidad le toca esa fortuna, mientras el otro 85% pasa indecibles penurias. Si en la Rusia bolchevique de 1917 y esos primeros años se comenzó a construir algo distinto al capitalismo, ¿qué pasó que no prosperó, cayendo finalmente?
La derecha lee el fenómeno en términos de demostración de la inaplicabilidad del socialismo. En la izquierda debemos promover otra visión: ¿fue culpa del estalinismo? ¿Por qué surgió algo como el estalinismo entonces? ¿Es posible el socialismo triunfante en un solo país? ¿Hay que ver la historia como pasos balbuceantes, y entender esa primera revolución socialista como solo un primer momento, preparatorio de lo que podremos hacer parir en un futuro? ¿Nos quedamos con una lectura pesimista de lo acontecido? ¿Le damos algún crédito a lo que se construyó en la Unión Soviética, o es todo desechable?
La primera experiencia socialista de la historia inobjetablemente alcanzó éxitos inigualables: salario mínimo y digno para toda la clase trabajadora, descanso semanal remunerado, vacaciones pagas, licencia por maternidad, transporte público de alta calidad subvencionado (el metro de Moscú se considera una gran obra de arte, única en su tipo en todo el mundo), calefacción hogareña subvencionada, vivienda digna asegurada para toda la población, cero inflación, electrificación de todo el país y un enorme parque industrial, granjas agrícolo-ganaderas comunitarias de muy alta productividad, educación gratuita, laica y obligatoria para toda la población, alfabetización del 100% de sus habitantes, universidades e institutos de investigación del más alto prestigio a nivel mundial, salud de alta calidad gratuita para toda la población, completa erradicación de la desnutrición, plena igualdad de derechos para hombres y mujeres, voto femenino, derecho de aborto (primer país del mundo en tenerlo), divorcio legalizado, derogación de la normativa zarista que prohibía la homosexualidad, avances científico-técnicos portentosos (primer satélite artificial de la historia, primer ser humano en el espacio -primero un hombre después una mujer-, desarrollo de la energía nuclear civil -con la creación del Tokamak -acrónimo ruso que significa “cámara toroidal con bobinas magnéticas”- en los años 1950 como primer paso hacia la producción de energía limpia e infinita a partir de la fusión nuclear, avance continuado por la ciencia de distintos países, estando la China hoy ya a punto de conseguir ese maravilloso portento-, tecnologías metalúrgicas de avanzada, grandes logros en biotecnología -por eso se pudo llegar a la vacuna Sputnik V contra el virus que provocó la pandemia de Covid-19, más efectiva que las occidentales-, caucho sintético, telefonía móvil -en 1950 Leonid Kupriyanovich fue su precursor con un primer modelo, replicado luego en Estados Unidos-, poder popular real a través del desarrollo de democracia directa con implementación de los soviets (consejos obrero-campesinos y de soldados, similares a las juntas locales de gobierno actuales del zapatismo), fabuloso fomento del arte y la cultura.
Sin dudas, el momento que comenzó a vivir la humanidad con ese extraordinario cambio abierto en 1917 no dejó aspecto sin conmocionar. Ante todo ello, en la Rusia bolchevique de los inicios una de las nuevas expectativas que se abrieron, entre tantas otras, fue poder crear una nueva matriz ideológico-cultural donde la cría humana se humanice de otra forma: no para la competencia sino para la solidaridad. Es decir: para que se críe en el marco de otros valores -el posteriormente preconizado “hombre nuevo del socialismo”-. Lo cual llevó a pensar en un nuevo orden familiar -nuestra matriz social originaria-, distinto al que conocemos hoy día (familia patriarcal, monogámica, heteronormativa), y del que en aquellos momentos hubo ya interesantes tanteos. Concibiéndose la idea -totalmente revolucionaria- de que los hijos son de la comunidad, creándose así un esquema nuevo, en 1918 decía la revolucionaria y feminista Alejandra Kollontai: “El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los niños de la gran familia proletaria. En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.” Ahí estuvo el germen de un nuevo sujeto, aún no conseguido en ningún lugar, pero hacia donde debemos apuntar.
En 1917 se disparó la creatividad, fue un momento de liberación, una explosión de cosas nuevas. Incluso el psicoanálisis -toda una revolución en el campo de las ideas, abriendo una nueva ética- llegó a la Rusia revolucionaria, siendo bendecido por Trotsky. “La primera escuela de educación inicial infantil con una pedagogía psicoanalítica fue fundada en Moscú en 1921 por la psicoanalista Vera Schmidt” (informa Christian Dunker), la cual creó una metodología totalmente innovadora, rompiendo viejas tradiciones.
Definitivamente, en la Unión Soviética de los primeros años se abrió un momento nuevo en la historia de la humanidad, en todo sentido; no puede olvidarse que se dio ahí un cambio revolucionario, no solo en lo económico-social sino también en las artes, en la poesía, el cine, la literatura, la danza y el teatro. Cambios que aún hoy nos producen grandes beneficios, como el famoso “método de las acciones físicas”, del dramaturgo Konstantin Stanislavski, instituido en todo el planeta como el principal método de actuación para teatro y para el cine, constituido sobre las bases conceptuales del marxismo. O como lo legado por el cineasta Serguéi Eisenstein, considerado uno de los más grandes directores de la historia, quien con su innovadora técnica de montaje sirvió de inspiración para el cine posterior de todo el mundo, dejándonos clásicos de la cinematografía que aún hoy nos sorprenden por su audacia artística y profundidad conceptual, como “El acorazado Potemkin” y “Octubre”.
Todo eso no debe olvidarse. Como tampoco puede olvidarse que la Unión Soviética puso el cuerpo (27 millones de muertos y 75% de toda su infraestructura destruida) para detener al nazismo, siendo la verdadera ganadora de la Segunda Guerra Mundial; ni debe olvidarse que el primer Estado obrero........
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