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Narcotráfico: buen negocio

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28.07.2025

Evasivos: necesidad humana

Partamos por decir que las drogas son algo tan viejo como la civilización humana. Nuestra vida no es precisamente un paraíso. Más aún, como se ha dicho acertadamente: “el único paraíso es el perdido”; en otros términos: hay siempre un malestar intrínseco a la condición humana, en tanto nuestra vida se anuda inexorablemente al conflicto y a los juegos de poder, todo lo cual puede conducir a la violencia, siempre presente, en mayor o menor grado y con distintas modalidades, en la dinámica cotidiana. Diversos autores, en numerosas culturas a través del tiempo, han advertido esa condición humana: “La violencia es la partera de la historia”, pudo decir Marx, por citar alguno de ellos.

Dicho de otro modo: la realidad tiene una cuota de un considerable peso que hay que soportar. Es por eso que siempre, en todo momento histórico y en todo modo civilizatorio, ha existido la evasión de la realidad como una forma de eludir esa crudeza de la vida. Para ello el consumo de determinadas sustancias (alcohol etílico, alucinógenos, tranquilizantes, hoy día un enorme arsenal de psicofármacos legales) ha jugado, y sigue jugando, un papel de gran importancia, tanto a nivel de uso individual como práctica de índole colectiva, ligada en mayor o menor medida a la espiritualidad en sentido amplio.

Plantearse un mundo libre de drogas, como bienintencionadamente muchos lo hacen, es encomiable. De todos modos, siendo realistas y teniendo en la mano los conocimientos que las ciencias sociales modernas con criterio crítico proporcionan, como mínimo habría que abrir algún cuestionamiento a esa propuesta. Si, tal como hoy puede constatarse, la narcoactividad se amplía continuamente, ello significa: o bien que la sociedad está cada vez más necesitada de este tipo de placeres dañinos (vías de escape ilusorias a la dureza de la realidad, “goce” en sentido psicoanalítico del término), o que hay agresivas políticas mercadológicas fomentando ese consumo. O, complejizando el asunto, estamos ante una combinación de ambos factores, lo cual hace infinitamente más complicado su estudio, y más aún, su solución en tanto problema a encarar.

Lo cierto es que lo que años atrás –quizá siete u ocho décadas, un par de generaciones en términos socio-demográficos–, es decir: el consumo regular de sustancias psicoactivas, constituía una extravagancia, un toque distintivo de grupos muy delimitados (la bohemia, algunas subculturas marginales –hampa–, la farándula), en la sociedad global de hoy pasó a ser una mercadería más. Ilegal, por cierto; pero mercadería consumida en cantidades fabulosas, y siempre en aumento. En el imaginario colectivo ha ido prendiendo la noción de que ese consumo es “cool” (hay que decirlo en inglés, lo cual ya permite ver los elementos ideológico-culturales que allí se presentifican).

Aparece el narcotráfico

Dicho consumo va obligadamente de la mano de una narcoactividad que marca buena parte de la dinámica planetaria actual, la cual parece llegada para quedarse. La producción, el tráfico, el consumo y el lavado de activos que todo el circuito establece, no son meras circunstancias marginales. Por el contrario, constituyen piezas de gran importancia en la dinámica del sistema-mundo contemporáneo. Se mueve muchísimo dinero, pero el mismo casi no llega al productor primario, el campesino que cultiva las plantas de donde saldrán las drogas una vez procesadas (la hoja de coca, la amapola, el cannabis). Él, que recibe algo más que con los cultivos de subsistencia tradicionales –por lo cual se dedica a estas siembras ilegales, por pura necesidad económica–, es el último eslabón de la cadena. Ganan en forma fabulosa quienes transforman esa materia prima en narcóticos que luego distribuyen. Es decir: lucran las cadenas de distribución –lo que llamamos narcotráfico– y los circuitos financieros que “lavan” esas enormes masas de dinero que todo el negocio genera.

¿Por qué hoy es cool consumir drogas entre la juventud? ¿Por qué hoy las y los jóvenes de todo estamento social, en países ricos y pobres, casi que obligadamente tienen que consumir drogas? De pronto, para la década de los 60 del siglo pasado, hacen su aparición estelar. Básicamente, en principio, ligadas al movimiento hippie, en sus orígenes movimiento de profunda protesta antisistémica surgido en Estados Unidos, llamando al no-consumo en una sociedad edificada ante todo en el hiper consumo; y llamando igualmente a la paz en el medio de la sangrienta guerra de Vietnam que llevaba adelante su clase dirigente a través del gobierno de turno. ¿Una forma de adormecer la protesta? Sin dudas. Surge entonces la Operación CHAOS, mecanismo encubierto de la CIA para neutralizar toda manifestación juvenil de disenso. En ese contexto, la aparición masiva de drogas fue un hecho.

Hasta el legendario conjunto musical The Beatles –avanzada del imperialismo británico para intentar recuperar cierta cuota de presencia global que había perdido ante el impetuoso avance de su ex colonia americana– hace su encomio de las sustancias psicoactivas con su canción “Lucy en el cielo con diamantes” (Lucy in the Sky with Diamonds), mensaje apologético del ácido lisérgico, LSD-25 (dietilamida del ácido lisérgico). La orientación entonces, dictada por algunos poderes, pareciera: “hay que consumir drogas. Eso sirve para desconectar”. Siguiendo a Charles Bergquist –citado por Noam Chomsky– en su obra Violence in Colombia 1990-2000, puede afirmarse que:

La política antidrogas de Estados Unidos contribuye de manera efectiva al control de un sustrato social étnicamente definido y económicamente desposeído dentro de la nación [población negra, y luego la juventud en su conjunto], a la par que sirve a sus intereses económicos y de seguridad en el exterior”.

En esa sintonía agrega Isaac Enríquez Pérez:

Es conveniente para las mismas estructuras de poder y riqueza que los jóvenes vivan presa de las adicciones y permanentemente drogados a que se despojen de su social-conformismo y muestren su inconformidad ciudadana por los cauces de la praxis política y la organización comunitaria.

El principal proveedor de cocaína para Estados Unidos (primer consumidor global) pasa a ser Colombia en los años 70 del pasado siglo. Curiosamente en Colombia no existía la planta de coca, oriunda del Altiplano andino (Bolivia y Perú). Se la introdujo en el país caribeño, lo cual lleva a pensar obligadamente en agendas ocultas, invisibilizadas para la población. Las mafias colombianas del caso se encargaron luego del trasiego. Para la lógica impuesta a través de los medios comerciales de la corporación mediática capitalista, esos grupos son los “monstruosos” delincuentes a combatir, los “malos de la película”: primeramente colombianos, luego mexicanos. Se teje toda una narrativa al respecto, y la opinión pública queda así moldeada.

Hoy en día el consumo de drogas ilegales (de marihuana en adelante, incluyendo el uso de sustancias más y más mortíferas, con efectos catastróficos para la salud biológica y psicológica, como las llamadas drogas de diseño o sintéticas, las que........

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