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La historia no ha terminado: África lo demuestra

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20.06.2025

Democracia burguesa: ¿fin de la historia?

En 1992, luego de la caída del emblemático Muro de Berlín, inmediatamente vendido en trozos para turistas que compraban un “souvenir” de épocas ya pasadas -y que, para la derecha triunfante, no deberían volver nunca más-, el pensador nipón-estadounidense Francis Fukuyama escribía su hoy ya clásico libro “El fin de la historia y el último hombre”. Planteaba allí que con la caída del socialismo real quedaba fehacientemente demostrado que el socialismo era una quimera, un sueño trasnochado que no tenía posibilidad de consumarse en la realidad. Ante la desintegración del campo socialista europeo y la desaparición de la Unión Soviética, la síntesis de su texto: “fin de la historia y de las ideologías” pretendía resumir el triunfo inapelable de las “democracias de mercado” (léase: capitalismo puro y duro, con formas políticas de democracia burguesa, con elección de autoridades por voto popular). La economía planificada y el partido único, según su parecer -y el de la clase dominante mundial, que levantó el grito triunfal de Fukuyama como una consigna sin atenuantes- pasaban a ser rémoras de la historia.

Lo curioso es que unos pocos años después, en el 2004, en su nuevo libro “Construcción del Estado: gobierno y orden mundial en el siglo XXI” afirmó algo radicalmente antitético: “Defiendo la construcción del Estado como uno de los asuntos de mayor importancia para la comunidad mundial, dado que los Estados débiles o fracasados causan buena parte de los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo: la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo”. ¿Por qué este cambio? Difícil y complejo de explicar; lo que podría decirse rápidamente es que la constatación de cómo siguieron las cosas luego de esa caída del socialismo real no auguraron un mundo radiante para la gente, para la amplia población del planeta. Sin dudas Fukuyama tomó nota de eso. Muchas empresas privadas siguieron haciendo buenos negocios, y la democracia representativa -la que se promociona como la única y verdadera democracia: de la popular, de la democracia de base, no se habla- siguió cambiando autoridades periódicamente, pero las hambrunas, la explotación y las penurias de grandes mayorías continuaron. La democracia, digámoslo claramente sin cortapisas, es la democracia del capitalismo: aunque se vote cada cierto tiempo, la estructura de base no se toca. “Si votar sirviera de algo, ya estaría prohibido”, dijo Eduardo Galeano.

Es más que obvio que la historia no está terminada, y que las ideologías siguen siendo el cemento fundamental que mantiene en pie el edificio económico-social. Además de la represión abierta, si no hubiera ideología ¿cómo se mantendrían las sociedades? Como dijo alguien, remedando el superyo freudiano: la ideología es el policía que todo el mundo lleva en su cabeza.

El discurso dominante de estos últimos años -naturalmente ideológico– presentó al socialismo como una pieza de museo. La corporación mediática capitalista se encargó de mostrar el “estrepitoso fracaso” del socialismo en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, y ni qué decir del “vergonzoso colapso” de la URSS o el paso a mecanismos de mercado en China que, según esa ideológica visión, fue lo que catapultó su fabuloso crecimiento económico. De todos modos, cuando se habla de esos presuntos fracasos, no olvidar que la Unión Soviética fue destruida en un 75% de su infraestructura sumando 25 millones de muertos ante el ataque nazi en la Segunda Guerra Mundial, que Vietnam recibió casi 400 millones de toneladas de napalm y que la isla de Cuba lleva 62 años de inmisericorde y criminal bloqueo, todo por la osadía de querer dejar atrás el capitalismo. ¿Algún país capitalista pudo desarrollarse en condiciones similares?

Presentar al socialismo como un fracaso es un mensaje altamente ideológico. Le guste o no a la derecha, el socialismo sigue siendo siempre una fuente de esperanza. Por cierto, no está muerto, y para muestra, lo que está sucediendo ahora en el Sahel, África.

La dictadura de mercado de Occidente, capitaneada por Estados Unidos, muestra la “democracia” -democracia burguesa, representativa, donde el votante no decide ni manda nada más allá de su sufragio- como un bien supremo. Repugnante engaño que encubre la explotación de clase: se puede acudir a las urnas cuantas veces se quiera, pero la situación de base no cambia. Cabo Verde, en África, ex colonia portuguesa, hoy utilizado por la NASA para realizar sus estudios sobre los huracanes del Océano Atlántico, es el primer país en ese continente en orden a las mediciones de “apego a la democracia”, según los criterios de las potencias occidentales, con elecciones periódicas y división de poderes, y uno de los pocos de toda la región que permite los desfiles lésbico-gay. Sin embargo, dada la falta de oportunidades de desarrollo económico que presenta -vive básicamente del turismo, pues fuera de sus playas tropicales, el interior es desértico (hambrunas a la vista) y el cambio climático tiende a desaparecerlo bajo las aguas oceánicas- tiene una mayor cantidad de población viviendo en la diáspora que dentro del propio territorio (el doble exactamente), pues la gente huye de la pobreza crónica. Es evidente: democracia al estilo occidental -que se presenta como el modelo “correcto”- pero situación concreta de la población espantosa. El problema real, ya sabemos, no es la forma política, sino la estructura económico-social.

Hay otras democracias: las de base, las populares

En la región del Sahel, en África del norte, zona semidesértica de transición entre el desierto del Sahara y la selva tropical que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el mar Rojo, se encuentra un territorio particularmente empobrecido. En términos administrativos está formado por Senegal, Gambia, Mauritania, Guinea,........

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