La caída de Estados Unidos
Introducción
Después de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos quedó como la gran potencia hegemónica. Siendo el principal país capitalista del mundo, su producción representaba casi un tercio del producto bruto global. Así, también ascendió cada vez más en su pedestal de consumo, llegando un momento en que el mismo se hizo frenético, superando hondamente su capacidad de producción. Consumir más de lo que se produce es insostenible. Con solo el 4% de la población mundial, hoy día consume un cuarto de la riqueza planetaria. Esa asimétrica situación contiene el germen de lo que ahora está sufriendo; el país fue basando su prosperidad en una medida artificial: hizo depender la economía mundial de su moneda, el dólar. Ese hiperconsumo generó una deuda impagable, que obliga a ser financiada por el resto de países, a los que domina militarmente con 800 bases instaladas en el planeta.
La Unión Soviética cayó, pero su heredera, la Federación Rusa, junto con China, están buscando generar un mundo desligado de la divisa estadounidense. Washington sigue manteniendo su hegemonía en base a sus monumentales fuerzas armadas, pero su declive es irremediable. En ese marco aparecen los BRICS, cuestionando la hegemonía del dólar, acelerando así su futura caída. Y en ese mismo marco aparece Donald Trump con su nuevo mandato, munido de una super motosierra dispuesto a emprenderla contra quien sea con tal de mantener la hegemonía que la clase dominante estadounidense va viendo perder día a día.
La gran potencia
Estados Unidos de América, hoy por hoy la potencia más desarrollada del planeta en todos los niveles -en lo económico, lo científico-técnico, lo cultural, lo militar- lenta pero inexorablemente comienza su decadencia. No está derrotado, ni mucho menos. Al contrario: hará lo imposible para evitar su caída, por eso este momento de la historia es muy peligroso.
Este país, que sin dudas tuvo un crecimiento fabuloso en un par de centurias desde los primeros anglosajones que llegaban a esa “tierra de promisión” en el siglo XVII, luego de masacrar o confinar en infames reducciones -virtuales campos de concentración- a las poblaciones originares de América del Norte, robando territorios a México (casi la mitad de su país) y explotando esclavos africanos traídos en barcos negreros para trabajo forzado en sus plantaciones, pasó a ser la economía más grande del planeta, desbancando a Europa como “metrópoli”. Su arrogancia, que también creció sin par, lo hizo sentir portador de un supuesto “destino manifiesto”, nación encargada de llevar la “libertad” y la “democracia” hasta los últimos confines del planeta. Hipocresía descarada. ¿Qué hacen en cada región del mundo donde sientan sus reales? La clase dominante de esa potencia se sintió con la capacidad de operar en cualquier parte del mundo como si fuera su propia casa, robando, saqueando, masacrando, imponiendo su voluntad. La llamada Doctrina Monroe, de 1823, lo deja ver: “América para los americanos”, que puede entenderse como “todo el continente americano, desde Alaska hasta la Patagonia, para beneficio del gran capital estadounidense, sin que nadie ose discutirlo”.
El modelo de vida que generó el capitalismo más desarrollado, del que Estados Unidos es su principal exponente, dio como resultado un sujeto y una ética insostenibles. El nuevo dios pasó a ser el consumo, la adoración de los oropeles, la veneración cuasi religiosa del “poseer” cosas materiales. En nombre del “progreso”, medido siempre en términos de posesión de “cosas” (vehículos, casas, electrodomésticos, indumentaria, la cantidad interminable de productos que ofrece la industria moderna, servicios de los más variados, y un largo etcétera -hoy día también estupefacientes-), el sistema capitalista sacrificó pueblos enteros -no solo los originarios de América del Norte como hicieron los anglosajones, sino los de otras latitudes, exterminándolos o esclavizándolos- así como destruyó el planeta Tierra, al que se consideró solo una cantera para explotar sin límites, sin medir consecuencias a futuro. Si toda la humanidad consumiera como lo hace la población estadounidense, en unos días se acabarían los recursos naturales del globo terráqueo. En Estados Unidos todo es consumir y botar a la basura, dejarse llevar por la novedad, buscar con voracidad el poseer cosas.
“Lo que hace grande a este país es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda” (Dichter: 1964), expresó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, una de las más grandes del mundo. Magistral pintura de cómo funciona el capitalismo en su punto máximo de desarrollo.
Ahora, como se expondrá más adelante, esa supremacía está puesta en entredicho. El ocaso de la gran potencia, lenta pero irremediablemente, ya ha comenzado. De todos modos, su clase dirigente, que se siente dueña y dominadora del mundo, se resiste a la caída. Como animal herido se defenderá de cualquier modo, llegando a la locura militarista más envenenada para intentar mantener sus privilegios, pudiendo apelar a la monstruosidad de una guerra nuclear. Donald Trump, con un estilo de matón de película de western, arrogante, abusivo como el que más, es el encargado de buscar ese retorno a una grandeza que se va esfumando.
De hecho, en la reunión del Grupo Bilderbeg del año 2022, realizada en Washington -con anillos de seguridad radicalmente impenetrables- se filtró la agenda que se abordaría. Por supuesto que no las conclusiones finales, pues eso es un absoluto secreto de los poderosos que manejan el mundo o, al menos, buena parte del mundo. En esa filtración pudo saberse que entre uno de los temas a tratarse figuraba la “gobernabilidad global post guerra nuclear”. Si esto es así, no hay dudas que en las cabezas de quienes toman las decisiones que afectan a toda la humanidad (por supuesto, el mito de la democracia se hace mil pedazos con esto, pues la gente votante solo cumple con un rito casi sacralizado de emitir un sufragio cada cierto tiempo, lo que no influye en lo más mínimo en la marcha de las cosas globales), la idea de una guerra nuclear limitada está presente, es una “hipótesis de conflicto”, como se dice en la jerga militar. La ultra conservadora Fundación Heritage, por ejemplo, hacedora del programa de gobierno que ahora está implementando paso a paso este hijo de una escocesa llegado a primer mandatario -dato curioso, ¿verdad?: un hijo de inmigrante corriendo a otros inmigrantes- lo contempla en su visión global. ¿Guerra nuclear limitada? ¡Dios nos libre!
Dicho de otro modo: para evitar su caída, el gran país imperial está dispuesto a cualquier cosa, incluso a un conflicto de esa magnitud (guerra con armas atómicas “tácticas”, por supuesto; no las “estratégicas” -misiles con varias cabezas nucleares, cada una de ellas 30 veces más potente que las bombas arrojadas en Japón sobre población civil no-combatiente al final de la Segunda Guerra Mundial-, lo cual equivaldría al final completo de la humanidad toda).
En Latinoamérica, su “natural” patio trasero según la tristemente famosa doctrina Monroe recién mencionada, los países de la región están mal, y sin perspectiva de notoria mejoría en lo inmediato, porque Washington defenderá ese territorio como su principal bastión ante el avance de otras alternativas (China y Rusia, que comienzan a disputarle crecientemente la hegemonía mundial). Es por eso que controla esos países con más de 70 bases militares de alta tecnología y la IV Flota Naval merodeando el Caribe y el Atlántico Sur, y una intromisión continua y descarada en sus asuntos internos. El supuesto control del narcotráfico es solo una estratagema perversa muy bien implementada. Se preguntó irónicamente: ¿por qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado? Porque allí no hay embajada yanki…
Gendarme del mundo
“Somoza es un hijo de puta, pero es ‘nuestro’ hijo de puta”. Si es cierto que un presidente, como el entonces Franklyn D. Roosevelt, pudo decir tamaña barbaridad en referencia al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, títere de Washington en el país centroamericano (frase de la que no hay un registro constatable, supuestamente pronunciada en 1939), ello deja ver de cuerpo entero qué es lo que significa el Estado al que representa. Pero así no la hubiera proferido, el sentido de la expresión no desmiente la posición de Washington; dicho rápidamente: ese país es un matón que se siente dueño del mundo, impune, ensoberbecido, y puede decir y hacer lo que le plazca de la forma más groseramente impune. Trump representa eso llevado a la enésima potencia.
En realidad, ese es el papel que viene jugando Estados Unidos ya desde hace largos años, desde inicios del siglo XX, llevado a un nivel máximo luego del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando queda como potencia global hegemónica, con una Europa totalmente destruida y una Unión Soviética que, aunque ganadora -la verdadera fuerza triunfante del conflicto-, estaba seriamente golpeada (25 millones de muertos y el 75% de su infraestructura devastada).
Con una abominable demostración de fuerza -totalmente innecesaria en términos militares, puesto que Japón ya estaba derrotado y presto a firmar su rendición- al lanzar en forma despiadada armas atómicas sobre población civil indefensa (Hiroshima y Nagasaki), Washington intentó demostrarle al mundo, y básicamente a su archirrival ideológico, la Unión Soviética, que el poderío del Tío Sam no se discutía.
Ese poderío, y su presuntuoso espíritu de dominación planetaria, han hecho que esté presente -directa o indirectamente- en todas las guerras que se han librado en el siglo pasado y en lo que va del presente. La pregunta que se hiciera el presidente George Bush hijo en alguna oportunidad: “¿Por qué nos odian?”, tiene una muy fácil respuesta: ¿quién puede amar a un matón arrogante? En todo caso, se le teme; y en lo profundo, por supuesto que se le odia. ¿A título de qué esta potencia se arroga el derecho de ser el sheriff mundial? Mucha gente en distintas partes del mundo festejó -quizá en silencio, por temor- cuando en el 2001 cayeron las Torres Gemelas en Nueva York. Eso dice mucho y responde la pregunta del ex presidente.
Desde su impune sitial de hegemón universal se permite decidir quiénes son los “buenos” y los “malos” (cual mediocre película hollywoodense), siempre según sus interesados criterios. Sus misiles son “buenos”, pero no lo son los de Norcorea o los de Irán. Su supuesta lucha contra el narcotráfico -la DEA es el principal cartel del mundo- le permite certificar o descertificar a quienes lo “hacen bien” o no. Su vara para medir los derechos humanos en otros países es patética: cuando le convienen -como el referido “hijo de puta” de Somoza- los dictadores son “defensores de la libertad”; cuando ciertos personajes o procesos no le convienen, son autoritarios y antidemocráticos -la lista es interminable; para simplificar: cualquier cosa que cuestione su dominación es un atentado a la “libertad” y la “democracia”-. En Estados Unidos, que se autoproclama defensor por antonomasia de estas “sublimes” cosas, la defensa de los derechos humanos tiene un aire de parodia: mientras prepara militares latinoamericanos para torturar más eficientemente y encarcela a su población afrodescendiente, se llena la boca hablando pomposamente de esto porque, por ejemplo, está prohibido “violar la intimidad” de alguien preguntándole en una entrevista de trabajo su estatus civil, si está casado o es soltero. Si eso es defender los derechos humanos, entonces la frase de Einstein se agiganta: “Tengo certeza de dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Bueno… de la primera no tanto”.
Su grado de perversión es realmente desopilante. Se vanagloria hablando de derechos humanos y libertad, siendo el principal violador de ambas cosas en todo el mundo, llegando a colmos como, por ejemplo -solo para graficarlo con un par de casos, pero muestras similares hay en cantidades industriales- financiar al Vaticano -a través del papa Juan Pablo II- para desestabilizar la Polonia comunista en la década de los 80 del siglo pasado, propiciando así la desintegración de los países socialistas del este europeo. O financiar al grupo islámico fundamentalista Al Qaeda, en Afganistán, para golpear a la Unión Soviética: “Crearles su propio Vietnam a los soviéticos”, declaró en su momento el Secretario de Estado Henry Kissinger. “¿Qué significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?”, agregó petulante uno de los principales ideólogos de la ultraderecha norteamericana Zbigniew Brzezinsky.
“Occidente, dirigido por Estados Unidos, dice llevar libertad y democracia a otras naciones. Esa democracia es superexplotación, y esa libertad es esclavitud y violencia. Esa democracia es hipócrita hasta la médula” (Putin, en Colussi: 2024), pudo decir sin ambages el presidente ruso Vladimir Putin. No hay dudas que su posición de matón jactancioso, principal poseedor de fuerza bruta y con un arsenal descomunal -800 bases militares diseminadas por toda la faz de la Tierra con tres millones de soldados........
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