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Donald Trump Premio Nobel de la Paz: ¿nos siguen agarrando de tontos?

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30.06.2025

Así como los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte.

James Paul, Informe del Global Policy Forum

Se dice, acertadamente, que en la guerra la primera víctima es la verdad. Esto se hizo evidente, una vez más, con la guerra de Irán e Israel, ahora oficialmente terminada. ¿Por qué esta nueva guerra? Ambos bandos cantaron victoria. ¿Quién la ganó? ¿A quién benefició? En definitiva: ¿quién miente aquí?

Partamos por ver el comportamiento histórico del Estado de Israel. No siempre fue esa máquina de masacrar población de la región mediooriental que es hoy día. En un primer momento, luego de su creación en 1948, no jugó el papel que actualmente se le conoce, como perro guardián de los intereses capitalistas occidentales. Por el contrario, trató de mantener una política de neutralidad entre los bloques de poder de entonces. Aunque ello duró poco; para comienzos de los 50 comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra Fría: los Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad es desechada. Durante la década de 1950 Estados Unidos no estaba interesado en fomentar la inestabilidad del Medio Oriente, tal como sucede ahora. Por eso en esa época los aliados estratégicos del militarismo israelí fueron Francia y Gran Bretaña. Luego de la Guerra del Sinaí de 1956 la situación regional empezó a preocupar a la administración de Washington, con el presidente Eisenhower a la cabeza. Para ese entonces comienzan a caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña, y en su lugar se da el ascenso de proyectos militares anti-occidentales que acudieron a la ayuda militar soviética. John Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le vendió armas a Israel, y a partir de 1963 comenzó a forjarse una alianza no oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí, que se mantiene a la fecha, solidificándose continuamente. Esta supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre las, por ese entonces, dos superpotencias globales por zonas de influencia y control en el Medio Oriente no sólo reprodujo la lógica del conflicto árabe-israelí, sino que echa mano -sin saberlo seguramente- a esa trágica historia del paso de víctima a victimario, pues como dijo el ex Primer Ministro Ariel Sharon “Los árabes sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen”, “así como fuimos tratados nosotros en la Shoah” (el Holocausto), agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward Said.

Hoy, definitivamente, ese Estado es una delegación del poder estadounidense -secundado también por la Unión Europea- en una zona particularmente rica en petróleo (un tercio de la producción mundial proviene de Medio Oriente y el Golfo Pérsico, y en la región se encuentras las reservas más grandes del planeta, junto con las de Venezuela), riqueza que Occidente -o mejor dicho: sus enormes multinacionales (ExxonMobil, Chevron, Halliburton -Estados Unidos-, Shell -Gran Bretaña y Holanda-, British Petroleum -Gran Bretaña-, TotalEnergies -Francia-) no quieren perder por nada del mundo. Esto explica que Israel sea una potencia militar, el único país de la región con armamento nuclear, no declarado oficialmente pero tampoco nunca negado (alrededor de 90 bombas atómicas), listo para defender esos intereses empresariales. El sionismo gobernante no defiende la “tierra prometida”; defiende los intereses capitalistas occidentales.

Si bien el gobierno no es claro al respecto -por lo pronto nunca quiso firmar el Tratado sobre No Proliferación de Armas Nucleares-, según revelaciones que hiciera el científico nuclear Mordechai Vanunu (arrepentido por su accionar), que trabajó por nueve años en el reactor nuclear de Dimona en el desierto del Néguev, 150 kilómetros al sur de Jerusalén, Israel........

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