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Carta de un hombre común

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04.10.2025

El trabajo hogareño embrutece a las mujeres.

Nechi Dorado

Una larga y muy rica conversación con la reconocida poetisa argentina Nechi Dorado motivó este texto. Fue ella quien, tajante, en ese intercambio observó que el trabajo hogareño, por cierto no remunerado pero indispensable para el funcionamiento del sistema, y en la gran mayoría de los casos hecho por las mujeres, embrutece al colectivo femenino, que es quien, casi resignadamente, lo realiza a diario. Así lo afirmó, de ahí su cita en el epígrafe. Rutinas agotadoras, necesarias sin dudas, pero nada creativas, el esclavismo hogareño al que las somete, todo ello condena a las mujeres a un estado de mansedumbre acrítico y falta de desarrollo personal total. Después de paridos los hijos, el mismo deseo sexual se va extinguiendo, y lo único que va quedando es la telenovela barata o el chisme con las vecinas. Hay que reinventar todo esto: la familia, las relaciones interpersonales; la sociedad, en definitiva. La actual cultura machista-patriarcal, funcional al capitalismo, torna muy difícil ese cambio. ¡Pero es imprescindible cambiar! Producto de esa charla surgió este escrito.

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Carta de un hombre común

Soy un varón como tantos otros. Digo “varón” y no “hombre” porque, tal como alguna vez me lo hicieron notar, al menos en español el término “hombre” no puede (no debe) ser sinónimo de “humanidad”. Se presentifica ahí un arrogante prejuicio patriarcal.

Al decir “un varón común” quiero significar: sin nada en particular que destaque. Un ciudadano común, cisgénero, con iguales derechos y deberes que otros, con penurias y alegrías comunes, con sueños seguramente comunes. No soy multimillonario triunfador, ni artista famoso ni ganador de algún premio Nobel. No cargo medallas ni exhibo lujosos yates de varios millones de dólares. Contrariamente, me reconozco similar a los que vivimos de un salario, tenemos deudas y no entramos en los récords Guinness. No puedo hacer ostentación de nada. Y, aunque cueste reconocerlo -pero hay que hacerlo-, estoy cargado de tabúes y prejuicios como todo el mundo. Con el agregado que pretendo -quizá sin lograrlo, no lo sé- cuestionar y cuestionarme esa carga. Creo que me define perfectamente aquella frase de Einstein: “De dos cosas estoy seguro: de la infinitud del universo y de la infinitud de la estupidez humana …, aunque de la primera no tanto.

Como tantos varones comunes fui criado en un ámbito machista (“los hombrecitos no lloran; los hombres son el pater familiae, la figura fuerte de la casa”, “los machos deben saber llevar bien puestos los pantalones”). Esto último, lo confieso, me trajo un cortocircuito cognitivo, porque hoy día casi ninguna mujer también deja de llevarlos. Y además, los hooligans -esos asesinos repugnantes que se creen muy “machos”- también usan falda, sin ropa interior por debajo. No lo entiendo, lo confieso… Como tantos varones comunes también, digo que no soy machista, del mismo modo que decimos que no somos racistas. Pero, curiosamente, el ideal de “triunfador” (la estupidez esa que nos han impuesto, cuestionable de cabo a rabo) es un “hombre blanco y heterosexual”. ¿No hay racismo allí, incluso homofobia? Decimos que no somos machistas, pero si nos casamos por el registro civil, la mujer agrega a su apellido de soltera el de su esposo, con el genitivo “de” (pasa a ser la Sra. “de” Fulano); ¿propiedad privada? Eso no le pasa a los hombres. ¿Cómo que no soy machista?

Como tanto varones........

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