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¿Sujeto del individualismo o sujeto solidario?

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21.09.2025

I

Para contar las historias de los horrores cometidos por seres humanos contra otros humanos no alcanzan interminables tomos y tomos de libros, miles y miles de páginas, ríos inconmensurables de tinta. En todas las culturas y en todos los momentos históricos, esas monstruosidades tiñen de rojo sangre nuestra presencia como especie en la faz de este planeta. Las invasiones más crueles y sanguinarias, las violaciones de mujeres, las 400,000 toneladas de napalm lanzadas sobre la selva vietnamita, las torturas más espeluznantes, la esclavitud y la venta de esclavos, los sacrificios humanos, los campos de concentración y exterminio de los nazis, los actuales campos de concentración a cielo abierto en Gaza, el racismo que atraviesa nuestra historia en todos los pueblos, la obligada circuncisión femenina, la obsolescencia programada en tanto factor del desastre medioambiental que se nos impone, el uso de armas nucleares contra población civil no combatiente, los matrimonios arreglados entre hombres a espaldas de las mujeres, el látigo del amo, el manejo del miedo para aterrorizar e inmovilizar al otro, el aplastamiento mortal del débil o del diferente, y un largo, kilométrico etcétera, solo para enumerar algunas de estas “preciosuras”. Todo eso, además de la razón, es lo que nos distingue de nuestros parientes más cercanos, los animales.

Entrados en el siglo XXI, con una organización internacional que vela (¿?) por la paz y la justicia, si bien los actos de suma brutalidad, de salvajismo supremo, en teoría* están prohibidos, en la realidad cruda y descarnada vemos que siguen marcando el día a día. A veces, con mayor sutileza (con inteligencia artificial, por ejemplo, las aerolíneas detectan quienes están especialmente urgidos por algún vuelo de emergencia, y a ese potencial viajero le ofrecen pasajes mucho más caros, aprovechando su imperiosa necesidad; o en la industria militar, que desarrolla armas no letales para controlar las manifestaciones que no dejen marcas superficiales, pero dañen órganos internos). De todos modos, la violencia descarnada, sangrienta, terriblemente cruenta, sigue estando allí, y se la usa. Aunque “en teoría” están legalmente prohibidas las acciones bestiales, las mismas continúan; véase, si no, las deudas externas de los países del Sur (¿no es eso una bestialidad salvaje?), el hambre que perfectamente se podría evitar (¿no es eso otra tremenda bestialidad salvaje?), las torturas cada vez más refinadas y dolorosas desarrolladas con la mayor capacidad científica, las armas de destrucción masiva, la esclavitud (50 millones de esclavos en el mundo hoy), el acaparamiento de vacunas para el Covid-19 por parte de algunos países del Norte (hasta cinco veces más de las necesarias) en detrimento del Sur, donde mucha gente ni siquiera se pudo vacunar.

A partir de todo esto, decir que los humanos somos “malvados” no explica mucho; y menos aún, da vías válidas para superar esas barbaries. Que hacemos cosas bestiales, no cabe ninguna duda. “Después de Auschwitz, de Hiroshima, del apartheid en Sudáfrica, no tenemos ya derecho de abrigar ilusión alguna sobre la fiera que duerme en el hombre… La asoladora propagación de los medios electrónicos alimenta generosamente esa fiera”, dijo descorazonado Álvaro Mutis. ¿Qué hacer entonces? ¿Es eso una condena?

El hombre nace bueno y la sociedad lo........

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