menu_open Columnists
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close

¿Sí o no?

4 0
20.07.2025

Seamos absolutamente francos: en la izquierda hoy no sabemos cómo avanzar con firmeza hacia un verdadero horizonte post capitalista. Años atrás, quizá cinco décadas, o durante toda la primera mitad del siglo pasado, había certezas al respecto. De hecho, en varias partes del mundo ya se había concretado ese paso, y se estaban solidificando alternativas: Unión Soviética, China, Vietnam, Norcorea, Cuba, Nicaragua, Burkina Faso. El campo popular de todo el planeta tenía allí un referente al cual acercarse, un espejo donde verse reflejado. Ello inspiraba luchas por los cinco continentes, con desigualdades, con estilos, tiempos y proyectos distintos, pero siempre en búsqueda de la superación del modelo capitalista. Todas esas experiencias, por diversos motivos -pero poniendo siempre como factor clave el ataque feroz de las potencias capitalistas- hacia fines del siglo XX fueron revertidas.

Ello trajo como consecuencia inmediata el enfriamiento de todas las luchas en el campo popular. Esta reversión no significó el final de las contradicciones de clase, de la explotación, de las injusticias monumentales que siguen existiendo en el mundo. Pero sí significó la pérdida de brújula de hacia dónde dirigirnos, en cómo hacerlo. Está claro que las grandes masas planetarias continúan viviendo mal; la diferencia estriba en que años atrás el ideario socialista mostraba un camino a seguir. Hoy, y desde hace varias décadas con las políticas neoliberales que se fueron imponiendo, nadie tiene clara la senda a caminar. Junto a ello, el discurso de la derecha se fue entronizando. Hasta incluso mucha gente en la izquierda perdió las esperanzas, cayó en el derrotismo y bajó los brazos. En esa lógica, grandes mayorías empobrecidas eligen alegres, obviamente sin saberlo, a sus propios verdugos en las elecciones. ¿Síndrome de Estocolmo?

Es cierto, y eso no se puede negar, que en estos momentos la perspectiva capitalista se ha impuesto con muchísima fuerza, no dejando resquicio para el cambio. O, al menos, esa es la pretensión. Las contradicciones permanecen, la explotación sigue, diversas odiosas asimetrías continúan dibujando el panorama global. Pero el capitalismo ha sabido muy bien cómo neutralizar toda la protesta. La tremenda guerra mediático-cultural en que vivimos, los lavados de cerebro, la estupidización universal hacia la que nos fueron llevando, han logrado que hoy las izquierdas estemos huérfanas, fragmentadas, sin proyectos creíbles, mientras que las grandes masas votan en las elecciones, sin ningún espíritu crítico, por personajes que creíamos impresentables, eligiendo candidatos neofascistas. O consumen su tiempo -bastante lastimosamente- “obligados” a ver interminables cantidades de partidos de fútbol, memes bastante insustanciales (¿dónde quedó el pensamiento crítico?) o series televisivas que ensalzan el individualismo, la violencia y el consumismo voraz.

¿Qué hacemos ante todo ello desde el campo de la izquierda? Lo que podemos…. En realidad, no mucho. Denunciar la situación, lo cual no está mal, pero sin una clara perspectiva de transformación. ¿Por dónde ir? Nadie lo tiene claro: las insurgencias armadas hoy día son imposibles -más allá de algunos grupos que persisten, sin posibilidades ciertas de tomar el poder-, los otrora sindicatos combativos fueron repugnantemente copados, la organización popular se esfumó, las democracias formales en el marco de la institucionalidad capitalista tienen un límite muy cercano -si se intenta ir más lejos de lo que el sistema tolera, viene el golpe mortal (“Ciertos temas son demasiado importantes para dejarlos a los votantes”, afirmó el Premio Nobel de la Paz -sic-Henry Kissinger)-, mucha de la energía de protesta terminó encaminada al movimiento oenegeista, con agendas que son muy correctas -siempre financiadas por el Norte capitalista, lo cual ya dice todo- pero que no tocan el corazón del sistema. Se permite hablar de ciertos temas, importantísimos sin dudas, y que las izquierdas han incluido hoy en sus agendas: lucha contra el patriarcado, contra el racismo, a favor de la diversidad sexual, contra el ecocidio, pero ya salió de circulación lo de lucha de clases. ¿Acaso eso terminó? Levantar un discurso con los ideales socialistas clásicos -que continúan siendo los únicos que buscan ir más allá del capitalismo- está, en el momento actual, condenado al silencio.

En medio de ese paisaje un tanto desolador, por el que mucha gente progresista optó por encogerse de hombros y resignarse, y que a la derecha la hace sentir victoriosamente triunfal, aparece un mecanismo que abre expectativas: los BRICS, hoy en proceso de crecimiento, ya ampliados, con alrededor de 20 miembros y una larga lista de espera para sumarse. ¿Constituye eso una alternativa para el campo popular?

En la izquierda está abierto el debate al respecto. Ya se ha escrito más que suficientemente analizando la situación; hay quien los apoya sin reticencias y hay quien ve ahí solo más de lo mismo: un lenguaje pretendidamente a la izquierda y un accionar a la derecha. Estas breves letras sin dudas no aportan nada nuevo, pero sí intentar mostrar que ante la noche oscura en que estamos, una mínima luz -muy mínima en este momento- puede considerarse como la claridad más meridiana. Así como se vieron un gran paso adelante los progresismos latinoamericanos surgidos a principios de siglo, luego de las sangrientas dictaduras que dieron paso a las políticas neoliberales. Progresismos, hay que decirlo, que no pudieron tocar el corazón del sistema, y que más allá de ciertos cambios -importantes sin dudas, pero insuficientes- no cambiaron la situación real de las extendidas masas empobrecidas.

El contenido político de las declaraciones emitidas por los países miembros del BRICS es claro: proponen salidas colectivas y pacíficas a los dilemas globales, con énfasis en las cuestiones económicas y sociales, en detrimento de intereses belicistas y geopolíticos. No por casualidad, logran sentar........

© Insurgente