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¿Revoluciones en las urnas o en las calles?

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La violencia en manos del pueblo no es violencia. ¡Es justicia!

Juan Domingo Perón

Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo «posible»”

Sergio Zeta

Una revolución es un cambio profundo, una ruptura con viejos paradigmas y la instauración de algo nuevo. Esto aplica para diversos campos: en las ciencias, por ejemplo. Se habla así de “revolución copernicana”. Ello hace referencia al cambio radical propiciado por el astrónomo y matemático de origen polaco Nicolás Copérnico, quien en el siglo XVI demolió totalmente la teoría geocéntrica (la Tierra como centro del universo), reemplazándola por la visión heliocéntrico (el Sol como centro, y nuestro planeta girando alrededor de él). Esta ruptura, que de algún modo es el acta de nacimiento de la ciencia moderna, significó un cambio absoluto en la forma de concebir las cosas, a tal punto que hoy decir “revolución copernicana” es sinónimo de profundo y monumental cambio en cualquier ámbito.

En lo político-social, hablar de revolución es referirse a transformaciones radicales. Ellas, definitivamente, se dan siempre a partir de movimientos profundos que conllevan la violencia como ingrediente inseparable. Los verdaderos cambios en la historia de la humanidad no son graduales, sino que implican giros abruptos. En esa lógica Marx, con una frase de cuño hegeliano, pudo decir que “La violencia es la partera de la historia”. Ello, en el entendido que la historia de las sociedades, desde que existe un plusproducto a repartir superior a las necesidades primarias, ha generado clases enfrentadas (poseedores y desposeídos), cuyas luchas son el motor de la historia. Esos choques son violentos, y de esos enfrentamientos van surgiendo nuevas formas de sociedad.

En otros términos: la lucha de clases mueve las sociedades desde que hay agricultura, desde que hay un excedente económico, hace unos 10,000 años, cuando la humanidad fue pasando de nómada a sedentaria. Esas luchas no han desaparecido, la historia no ha llegado a su final, como cantó victoriosa la derecha cuando caía el Muro de Berlín. Hasta un multimillonario como Warren Buffet -gran inversionista de Wall Street- lo afirmó categórico: “¡Por supuesto que hay lucha de clases! Yo, felizmente, pertenezco a la clase que va ganando esa guerra”. Eso sigue presente, aunque las primeras experiencias socialistas no siguieron avanzando como se esperaba.

¿Por qué decir todo esto? Para mostrar que los cambios genuinos, profundos, las transformaciones revolucionaras en las sociedades, no se dan sin antagonismos donde la acción violenta juega un papel fundamental. Póngase por caso el actual modo de producción dominante, el capitalismo. Puede situarse su nacimiento político formal con la Revolución Francesa, en 1789; es ahí cuando, luego de varios siglos de acumulación, desde la Liga de Hansen en el siglo XIII, toma su mayoría de edad y se presenta como poder político dominante, destronando a la monarquía. Aunque hoy día la narrativa de la derecha pretende hacer ver como violento al socialismo, nunca debe olvidarse que el mundo moderno, capitalista, burgués, donde la democracia representativa y la división de poderes juegan un papel primordial, nació de un hecho político tremendamente violento, sanguinario como el que más. En Francia, durante ese momento histórico de explosión social, se lo cortó la cabeza a no menos de 15,000 personas, de ellos unos 2,000 parásitos aristócratas, nobles........

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