Cuando no se quiere oír hablar de tristeza
Cuando no se quiere oír hablar de tristeza se mutilan el tiempo y el espacio. Se cortan rebanadas de atmósfera candente del sol de los exilios, la sed de los refugios siempre lejos del agua. Se teoriza sobre sonrisas, se le exige la sonrisa al desplazado, se obliga a sonreír para no sentirnos víctimas de la violencia de la tristeza de los otros. ¿Qué derecho tienen a hacernos sentir tristes? Deberían ser menos egoístas y encontrar alegría en la devastación, deberían ser ejemplo de la capacidad de la felicidad en la adversidad, de ese modo hablaríamos de ellos con admiración, su desgracia sería casi un regalo que les hacemos dándoles la oportunidad de trascender como seres humanos. Pero no sonríen, los malditos. Míralos con la boca torcida en un desgarro, con sangre seca, con muñones lógicos de tanto recordarnos la ausencia de flores, lápices, cucharas que agarrar, de animales, de parientes vivos a los que acariciar. Nos recuerdan su desgracia censurada de los carteles donde nos publicitamos el consumo de vidas felices, con tragedias en su sitio, con moralidades simpáticas engordando mitos bobos de mentes........
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