Los escándalos de Adán y la disyuntiva de Sheinbaum
Desde la época del desafuero , el obradorismo se construyó con la lógica de la fuga hacia delante. López Obrador no era dado a la autocrítica y a corregir el rumbo: si tomaba una decisión errónea, lejos de rectificar, seguía impulsando ese proyecto con recursos políticos, retóricos y monetarios. Además, AMLO defendía a los suyos a muerte: justificaba o negaba cualquier caso de corrupción o tráfico de influencias, y daba largas ante cualquier acusación.
Motivados por el liderazgo de López Obrador y por la creencia de que abrirse a la crítica contra cualquier política o miembro del partido era equivalente a “hacerle el juego a la derecha”, los cuadros de Morena copiaban el ejemplo del expresidente y justificaban todas las decisiones erróneas y los casos de corrupción.
Siempre he pensado que esta práctica del obradorismo no sólo es condenable éticamente, sino nociva políticamente. Un movimiento que llegó al poder con la promesa de honestidad a toda prueba hubiera ganado más réditos políticos persiguiendo casos de corrupción, como los de Manuel Bartlett e Ignacio Ovalle, que cobijando a estos personajes. Incluso si la persecución de casos era selectiva, el obradorismo se hubiera beneficiado políticamente de procesar estos casos y colocarlos como ejemplos para el resto de la clase política.
Tras el fin del sexenio de AMLO, se abrió un espacio para que la coalición morenista........
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