El destierro. Réquiem por un Estado de derecho
Para cualquier persona medianamente familiarizada con el derecho mexicano, queda claro que no hay, ni podría haber, facultad que permita a los burócratas decretar el destierro de persona alguna, y menos, en nombre de la paz. El camino hacia la más absurda y aberrante autocracia que se tomó hace algunos años, necesariamente, nos conduce a oscuros episodios que vivimos hace más de 100 años, cuando, el que detentaba el poder, se servía de la ley, llegando al extremo de expulsar sin juicio, y de manera atrabiliaria, a quien no le acomodaba.
También quedó claro hace unos días que aquí se decidió usar a traficantes, con los que evidentemente no se tiene pacto, para defender y ocultar a aquellos con quienes sí se tiene. El grado de cinismo con el que las autoridades se dicen víctimas de aquellos a los que tenían en un calabozo, resulta oprobio que sólo un ignorante puede tolerar, máxime, cuando deliberadamente no se emprende búsqueda, ni mucho menos se hace una cruzada en contra de aquellos que compran elecciones y llenan el bolsillo de los narcopolíticos.
Se piensa que todos los mexicanos viven en la estulticia, la estupidez y la ciega connivencia, al decir que un consejo de seguridad puede dictar tan extrema e inusitada pena, olvidando que la ley que se engoló en conferencia de prensa es terminante, y bien clara, al decir que se trata sólo de un mero órgano deliberativo, esto es, uno que no ejecuta, ni puede hacer suyo el imperio estatal. Al verdadero soberano se le faltó el más elemental respeto, cuando se entregó, a manera de sacrificio humano, a sujetos que difícilmente pueden ser considerados amenaza vigente.
No, no es una exageración, bien se sabe que ellos pueden quedar sujetos a la pena capital, y, si bien, los cuatroteros no son los que hundirán el puñal en el pecho, el resultado es el mismo, se ofrenda la vida de seres humanos, para calmar los ánimos de aquel a quien se teme. Tan primitivo proceder, no es materia de halago o reconocimiento, y sí, de profunda preocupación, porque nos deja más que claro que ya no existe el orden constitucional y que vivimos en la barbarie.
Nadie defiende las conductas por las que fueron juzgados y sentenciados, pero es imposible dejar de advertir la arrogancia y soberbia con la que, cobardemente, se pretende eludir un problema que no tiene otro origen que un impresentable, y hasta ahora, inconfesado, acuerdo con el crimen organizado, con el cual, los que tienen el pandero, se apoderaron a la mala de las instituciones públicas, sí, lo lograron mediante la perversión de los procesos comiciales. Así, han colocado a lo peor de la sociedad, en altas posiciones públicas.
Nada más ridículo, falso e inaceptable que los procesos electorales en México. Siempre fueron medio para simular y aparentar, disfrazando de democracia lo que nunca fue.........
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