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¿Se marchitará el tulipán del Siglo XXI?

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Para los estudiosos de las crisis financieras resulta clave aquella registrada en el mercado holandés del tulipán en 1637. Es cierto que antes de esa fecha se registraron procesos que califican como crisis de ese tipo, pero aquella, es la clásica, marcó los elementos distintivos de tal proceso. A partir de entonces todas comparten similitudes, evidenciando notas distintivas previas que permiten pronosticar la proximidad de un evento de esa naturaleza.

La nota que, por ahora nos resulta relevante, es la existencia de un activo, cuya especulación, provoca en los inversionistas frenesí. Quienes lo sufren, asumen que el precio del activo de que se trata crecerá indefinidamente. No importa en qué momento se adquiera, estiman que su valor siempre aumentará, asegurando un retorno al comprador. Cuando los expertos aseguraron que la aludida flor ya había alcanzado un precio más que exorbitante, éste continúo subiendo, hasta alcanzar 10 veces el precio que los cultivadores pensaron era más que razonable. Súbitamente, y sin causa clara, se ajustó, ocasionando la primera gran crisis financiera de la que se tenga memoria. El giro fue provocado simplemente por un cambio de percepción, es decir, la especulación cesó de la misma manera en que inició.

Eventos parecidos, mutatis mutandis, sucedieron con valores bursátiles, hipotecas y otras panaceas que alimentaron la codicia de quienes quieren volverse ricos de la noche a la mañana, esto, adquiriendo activos cuyos dividendos o utilidades nada tienen que ver con la efectiva creación de riqueza. Siempre habrá quien albergue la esperanza de haber encontrado la piedra filosofal, así como quien se vuelque desesperadamente a adquirir el activo de moda.

Habíamos topado, hasta ahora, con activos que, poco o mucho, tenían un valor intrínseco o subyacente, bien por poder ser consumidos, o por ser necesarios para realizar alguna actividad o percibir algún tipo de provecho, la ostentación social incluida. Así es, se dice que el oro no lo tiene, lo cual es inexacto. Dicho metal se encuentra en objetos que valen sustancialmente más que el valor artesanal o fabril. Esto es, se trata de un bien que se ha erigido como cultural eje de la ostentación. A lo largo de la historia ha adquirido una presencia tal, que puede decirse que llegó para quedarse. Su precio no sufrirá una caída abrupta, al menos no, de su nivel actual. Por muy diversas razones, muestra una demanda relativamente constante. A lo largo de la historia, la gente gusta de poseerlo simplemente por ser oro.

Pero, henos aquí, con el moderno tulipán, las criptomonedas, destacando entre ellas el bitcoin. En realidad, no representan nada, no tienen otro uso que el ser poseídas, no son consumibles, ni pueden ser empleadas en otra cosa que no sea el supuestamente “albergar” valor. Su tenencia, lejos de presumirse, se oculta. Están respaldadas por humo, o menos que eso. Es la reputación, la mera fama o la apreciación subjetiva, las que les ha vuelto materia de deseo. Si bien es cierto, se correlacionan a un número de transacciones digitales, y tiene un lugar y uso en el medio cibernético, son fácilmente objeto de sustitución, y hasta de proscripción. A la fecha, están envueltas en un halo de misterio, dado que su inserción en el ambiente tecnológico es difícil de entender.

Han sobrevivido ante la tolerancia, e indiferencia de las autoridades monetarias. La mayor parte de sus poseedores no acaban de entender de qué son dueños, ni cómo el segmento bit que se les ha asignado provee alguna utilidad a la transaccionalidad cibernética. Son bien pocos los que saben por qué se producen de manera limitada, y atendiendo a periodos restringidos. Ya hasta se ha vuelto negocio el emplear océanos de energía eléctrica para........

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