Del dato a la experiencia. Una mirada más genuina al impacto social
En los últimos años, los emprendimientos sociales y las inversiones de impacto –aquellas que exigen tanto un retorno financiero como social y ambiental— han cobrado fuerza en el ecosistema emprendedor. Bajo la promesa de transformar comunidades vulnerables y resolver problemas urgentes, como la extrema pobreza o el cambio climático, este tipo inversiones han despertado el interés de fondos y de inversionistas privados e institucionales.
Sin embargo, la conversación dominante sobre el impacto se ha concentrado casi exclusivamente en métricas cuantitativas: cuántas personas recibieron un servicio, cuántas toneladas de CO₂ se evitaron, cuántas horas de capacitación se impartieron, etc. Estos indicadores son útiles para comparar, reportar y atraer inversión, pero también dejan fuera algo fundamental: la manera en que las personas viven y sienten el impacto en su vida cotidiana.
La lógica cuantitativa del impacto social y ambiental privilegia la visión de actores con poder económico —como inversionistas o agencias internacionales— y relega a un segundo plano las voces de quienes realmente experimentan las consecuencias de los proyectos: emprendedores sociales, comunidades vulnerables y beneficiarios directos.
Un artículo reciente publicado en Journal of Business Venturing Insights, que escribí junto a otros dos colegas, propone un cambio de perspectiva inspirado en el trabajo de la filósofa mexicana Katya Mandoki y su teoría de la estética de lo cotidiano. Esta mirada permite entender el impacto no sólo desde los números, sino también desde las experiencias propias –sensuales, sensoriales y emocionales— de quienes participan en estos procesos.
La transformación que viven los individuos y comunidades vulnerables beneficiados por la inversión de impacto se puede rastrear a través de cambios en su experiencia. Cuando se mide sólo de manera........
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