La corona de espinas
El lector me permitirá que hoy martes me aleje del caldo turbio de la política nacional —la cual nos ha regalado asuntos tan jugosos como Junqueras insinuando que Aliança Catalana es un invento del CNI o la enésima preparación socialista de la “mejor financiación de toda la historia”, etcétera— para adentrarme en el mundo de nuestro teatro. Porque el jueves pasado en la Sala Gran del TNC (que, dicho sea de paso, se debería llamar Sala Àngel Guimerà o Sala Josep Maria de Sagarra) asistimos, en una gran velada de jolgorio escénico, al estreno de La corona d’espines, dirigida por mi querido Xavier Albertí. Todo lo que explicaré, si este país tuviera una relación mínimamente healthy con nuestros clásicos de la letra cantada, no debería ser mucha noticia; pero ver una platea entusiasmada, bramando a pie de escenario al final de la orgía, es una muestra de que —cuando nuestro patrimonio se sirve como es debido— el espectador arde de gozo.
La corona quizá no sea el texto más brillante de Sagarra, ni siquiera su creación escénica más aventurera, aunque bajo una historia nimia de........





















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