El pater familias
“… No vi enterrar a mi padre, no lo lloré sino lánguidamente, pero al enterrar a Consuelo he llorado mil veces copiosamente y todo me parece poco para aplacar en mi alma el dolor que llevaré eternamente. Ella era al fin y al cabo la síntesis de todo lo grande y lo bueno que Dios le dio a nuestra familia”.
Este fragmento es el último párrafo del manuscrito original de puño y letra de mi padre. Escrito por él para despedir a su hermana Consuelo Araújo Noguera en la Plaza Alfonso López el 29 de septiembre de 2001, día que la asesinó las FARC. Yo tampoco vi enterrar a mi padre cuando murió el 24 de marzo del 2020; lo lloré sobre el lomo de un caballo desde la montaña más alta de mi finca en Bosconia, a donde tuve que llegar para agarrar señal telefónica y hablar con mis hijas quienes han vivido en Suiza, desde 2018.
Cuando pienso en la infausta similitud de no poder despedir al Pater Familias, no pienso en el sino trágico recurrente como un elemento de la tragedia griega. Lo entiendo como una ruptura en la estructura familiar y de la sociedad en la que se vive. Me hago la pregunta si la historia de mi padre que se repite en mí, implica una pérdida de rumbo y de autoridad. Es aquí donde me asalta el temor de que simbolice el derrumbe del orden y la caída en un ciclo de fatalidad, que sea consecuencia de acciones y decisiones erradas del pasado.
Tomás Rodolfo Araújo Noguera nació el 8 de junio de 1937 y murió el 16 de abril de 2025. Fue el séptimo hijo de Santander Araújo y Blanca Noguera. Nació y creció en una Valledupar que no alcanzaba los 30 mil habitantes y en una familia asentada en la Plaza Alfonso López en la que las privaciones no eran la herida de la pobreza, pero sí una condición común de la mayoría de vallenatos. Mi tío Rodolfo y Álvaro, mi padre; estudiaron en la Universidad Nacional, en una Bogotá que se recuperaba del homicidio de Jorge Eliecer Gaitán y de la guerra civil inédita que apaciguó el Frente Nacional. Ellos dos fueron el resultado del empeño de su madre que disentía con mi abuelo, para quien el noveno año de bachillerato que se impartía en el Colegio Loperena, era suficiente educación.
Blanca Noguera nunca pensó en el milagro tecnológico de la época: el alambre de púas. No veía a sus hijos como los audaces vallenatos, junteros, sanjuaneros y villanueveros que desenrollaban alambres en todos los territorios baldíos del Valle de Upar. Fundando los patrimonios de Villazones, Castros, Lacoutures, Dangones, Mattos, Cuellos, Lafauries y otras familias ilustres de la región. Blanca se enfocó por encima de su viudez y su limitación, en hacer a sus hijos profesionales con el apoyo de sus hijas quienes trabajaban para pagar los estudios de ingeniería de Álvaro y de medicina de Rodolfo. Álvaro estudiaba en la Nacional y también trabajaba como profesor de matemáticas de la Universidad Distrital.
La participación de los Estados Unidos en la guerra del Vietnam entre 1960 y 1975 determinó mucho en la vida de la gente. Fue la semilla del consumo de drogas en América. Consumo de drogas que creó el mercado de narcóticos, que hizo fracasar los empeños de nueve presidentes de la república de Colombia en negociar la desaparición pacífica de la narcoguerrilla. Iniciando con el esfuerzo que hiciera Belisario Betancourt intelectual y carismático, pasando por todos y cada uno de nuestros presidentes quienes de manera diferente lo intentaron, hasta llegar a la charlatanería de Gustavo Petro quien bautizó su montaje como “Paz Total”.
La guerra del Vietnam dentro de su mar de infaustos legados, ofreció oportunidades, como la que tuvo el médico Rodolfo Araújo cuando emigró a Chicago en la década de los 60 y junto con su visa de residente recibió la perentoria citación para servir........
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