Unidad con pueblo, estabilidad con justicia
Pensar el país a 30 años no es una extravagancia: es una necesidad. Corea del Sur pasó de la pobreza a la innovación en una generación. Costa Rica abolió el ejército y se convirtió en líder ambiental. Estonia se digitalizó desde las ruinas del comunismo.
En Chile, las palabras se han vuelto escudos. “Unidad” ya no significa un pueblo encontrando consensos, sino élites políticas protegiendo sus parcelas de poder. “Estabilidad” no es paz social, sino un sistema que se blinda a sí mismo, incluso a costa de su legitimidad. Lo que vivimos no es un proceso de transformación, sino una coreografía diseñada para que nada esencial cambie.
Presenciamos un reacomodo estructural, no visible en titulares, sino en acuerdos de pasillo, en oficinas de estudios jurídicos, en pactos empresariales y think tanks. Bajo el lenguaje de “responsabilidad”, se administran inercias; se intercambian cuotas sin voluntad real de transformación. Se reparten cargos como si el país fuera una empresa. Y en medio de todo, el abismo entre el país político y el país real no deja de crecer.
Las fronteras ideológicas entre centro, izquierda y derecha se diluyen. Figuras que alguna vez fueron progresistas hoy sostienen proyectos conservadores. No es pragmatismo: es una crisis de paradigmas. En este contexto, los dilemas del siglo XX vuelven –Estado y mercado, libertad e igualdad–, pero enfrentan desafíos inéditos del siglo XXI: crisis climática, migraciones masivas, revolución digital y geopolítica inestable.
Yuval Noah Harari advierte........
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