La Siesta
Hace más de medio siglo llega a la ciudad del semiárido larense venezolano llamada Carora un profesor que iba a dictar clases en el Liceo Egidio Montesinos, única institución de educación media en el Distrito Torres. Era el docente Fausto Pérez, egresado del prestigioso Instituto Pedagógico de Caracas en la especialidad de biología, quien me contó una anécdota muy interesante sobre su arribo a la rancia ciudad del Portillo de Carora, vieja urbe fundada en 1569.
“Tomé la decisión de llegar con mi familia un domingo a mediodía, me dijo en tono solemne, y casi me devuelvo ese mismo día para Caracas”. Le habían dicho que Carora era insoportable por el elevado calor superior a los 30 grados centígrados, por sus miríadas de zancudos, por las terribles 360 curvas de su carretera hacia Barquisimeto, por la impenetrable y hermética casta de los godos o caracolorás caroreños. Pero no fueron estos factores los que por poco nos quitan a este inteligente hombre que forma generaciones de caroreños y que decide darle descanso a perpetuidad a sus huesos en este “vasto erial”, tal como lo llamó Chío Zubillaga a comienzos del siglo pasado.
Lo que causa enorme sorpresa y desconcierto al recién llegado docente fue el hecho de que consiguió a la ciudad despoblada y solitaria a aquella hora meridiana, donde los refulgentes y extremo cálidos rayos del astro rey, hacen que los seres humanos se refugien en sus refrigeradas casas de tejas, caña brava y adobe a dormir la siesta de mediodía, una sana costumbre que él desconocía. Pregunta Fausto a un solitario anciano que se le atraviesa que dónde está la gente de Carora. Para formidable admiración de mi amigo, le responde el provecto hombre “Están reposando el mondongo.” En efecto, hartarse de ese magnífico yantar extraído y preparado de las vísceras del chivo, res y el marrano era una obligación de todo habitante de aquella antigua urbe donde se respira un vaho colonial. “No lo podía creer”, me dice muchos años después mi colega que no conseguía explicación racional a aquella añeja y heteróclita costumbre del semiárido occidental venezolano.
Aquello que no tenía cabida en aquel docente de formación marxista, se ha venido transformando en mis reflexiones de hombre septuagenario, destacando la inmensa y magnífica significación de aquel sueño meridiano para la cultura de habla castellana y creencias católicas. A mi modo de ver es un componente esencial de la semiosfera........
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