Espero un Francisco II
Admiré al Papa Francisco. Hay tres gestos suyos que viví en carne propia y que se me quedaron tatuados en la memoria desde aquel momento en la Plaza de San Pedro, cuando el cardenal Jean-Louis Tauran nos lo presentó. Las lágrimas me brotaron cuando, apenas asomado al balcón, agachó la cabeza y pidió al pueblo de Dios que orara por él. Ese gesto humilde y profundo nos mostró que entendía la misión como un servicio en comunión y desde la fe del Pueblo, no como una jefatura distante. No era un jefe de grupo, era un hermano mayor.
Recuerdo también su jovialidad y espontaneidad al saludarnos a todos los que estábamos allí reunidos. Él nos desinstaló a todos con........
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