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Irreverencia, costumbre y el fracaso cultural de los estereotipos

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Existen formas de pensar y comportamientos normalizados por todas las personas de manera individual y colectiva; se trata de la manera en la que nos desarrollamos, desenvolvemos y convivimos en sociedad. Gran parte de esas generalizaciones son aprendidas y adoptadas de forma casi imperceptible o automática, son cerradas e imperativas, nos conllevan a la asignación de atributos, tareas, profesiones, gustos, intereses, necesidades, afectos, e inclusive derechos desde juicios preconcebidos y, en muchos casos, injustificados, por lo que pueden significar visiones erróneas del mundo. También causan segregación, discriminación y, en los peores casos, violencia.

Se trata de preconcepciones que tienen tradición y que, amparadas en su repetición crónica e irreflexiva, son practicadas sin una deliberación, tienen la legitimidad marcada por el concepto de la “intemporalidad”, mantienen influencia en el ámbito laboral, en lo cultural y, desde luego, en lo jurídico, el género mantiene un ancla en la cultura sin dudar. También han tenido una implicación relevante en la forma de impartir justicia, son dañinos porque su base no se debe a la evidencia científica, a la objetividad o a lo que se puede comprobar o probar si se tratase de un juicio, sino se debe al conocimiento vulgar, “las mujeres son mejores cuidadoras”, “los hombres no lloran”. Su consistencia y recurrencia los legitiman y los hacen costumbre.

El caso Atala Rifo y........

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