La crisis de la presidenta
De todos los días malos que ha tenido en su joven gobierno, la presidenta Claudia Sheinbaum tuvo probablemente el peor el viernes pasado, al quedar atrapada en el peor de los mundos: la necesidad de defender a su mentor Andrés Manuel López Obrador de los señalamientos de probables vínculos con el crimen organizado, y al dejar claro que no sabe para qué sirven los fusibles en la política. Vivió una crisis de la cual no ha podido salir.
Sheinbaum fue incubando la crisis al criticar por días al gobierno de Estados Unidos porque no le había informado de los términos del acuerdo con Ovidio Guzmán López, el hijo de Joaquín El Chapo Guzmán y principal traficante de fentanilo ilegal, cuestionando que negocian con quien clasifican como terrorista, y mostrando inusitada preocupación por lo que pudiera decir el nuevo activo del Departamento de Justicia. La presidenta, que hablaba con impunidad, no vio la trampa en la que se estaba sumergiendo.
Tuvo un naufragio político y comunicacional, al embarcarse en pleito de palabras con el abogado de Guzmán López, Jeffrey Lichtman, quien de manera insolente dijo que era absurdo que pidiera que le informaran del acuerdo. Sheinbaum respondió descalificándolo, pero el abogado le reviró acusándola de “actuar” más como publirrelacionista del crimen organizado que como una “líder honesta”. La presidenta reculó alejándose del fuego declarativo, pero el daño ya estaba hecho: le había dado rango de interlocutor al abogado de narcotraficantes mexicanos.
Su problema fue de origen, al convertirse durante dos meses........
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