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Atentado y mentiras: anatomía de la desinformación tras el caso Miguel Uribe

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thursday

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Hace unos días, mi sobrino —un joven curioso, informado, que suele revisar fuentes y contrastar datos— me preguntó con una mezcla de incomodidad y genuina duda: “¿Tía, tú crees que eso fue un autoatentado?”. Su pregunta no era malintencionada ni producto del cinismo, sino el resultado de un despliegue tan meticuloso y emocionalmente efectivo de desinformación, que incluso las mentes más ponderadas titubean. Y ese es precisamente el problema.

La desinformación no siempre se presenta como una mentira burda y evidente. Lo más peligroso es cuando se construye con datos reales sacados de contexto o con relatos cuidadosamente elaborados para parecer lógicos. Y en medio de ese juego de apariencias, resulta fascinante —y al mismo tiempo inquietante— preguntarse por qué tantos ciudadanos terminan creyendo esas versiones distorsionadas, difundidas en redes sociales o por figuras mediáticas, en lugar de confiar en quienes dedican su tiempo, su talento y su rigor a estar en el lugar de los hechos, a observar, a escuchar, a contrastar y a narrar con honestidad lo que sucede.

Tras el atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay el país vivió no solo la conmoción por un acto violento y cobarde, sino un segundo episodio —más sigiloso, pero........

© El Espectador