Van Gogh. El señor de los girasoles (i)
Un ambiente lóbrego envuelve aquella humilde y desordenada estancia. El presagio de un nuevo ataque de epilepsia lo sobrecoge. Su soledad se ahonda en esos días otoñales por la ausencia de Theo, su hermano, cuyo viaje a Holanda lo interpreta como un desamparo intencional. La falta de hogar y la sombría percepción de considerarse un estorbo económico y enojoso para su familia (recibe de ellos sólo 150 francos mensuales); el sentimiento de culpa y desolación que le produce la partida de su amigo Paul Gauguin quien huye horrorizado al saber que, Van Gogh le ofrece su oreja izquierda como acto de desagravio por el ataque homicida de que había sido víctima; Las innumerables cartas sin respuesta que le escribe a su hermano Theo, único medio catártico para enfrentar los males que agobian su atormentada alma… Todo un fatídico vórtice que subsume su alma.
Su arte sigue siendo incomprendido: “Es mejor criar niños que dedicar toda tu energía a hacer cuadros. Me siento demasiado viejo para rehacer mi vida o desear algo diferente (…). Seguramente reconocerán mi obra y escribirán sobre mí cuando esté muerto”. Sus innumerables pinturas sin vender se tornan en hijos putativos y factores de fuga de matrimonios frustrados y lances amorosos con amantes furtivas en los prostíbulos parisinos y belgas. Los horrorosos y claustrofóbicos recuerdos de sus últimos días de reclusión en el sanatorio de Saint Remy y la odiosa presencia del doctor Peyron, lo hunden aún más en su esquizofrenia. “Un loco más”, es el trato desdeñoso que recibe en aquel asilo infernal. El “Angelus” de Jean Francois Millet, su maestro (“el padre de la pintura francesa”), subastado en julio (1889) en 500 mil francos, deprime más al humilde pintor…
Tiene 37 años y pasa por un síndrome de abstinencia alcohólica severa y un........
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