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Saber morir, saber matar

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El mundo castrense siempre me ha suscitado sentimientos encontrados. Ser hijo de militar ha ayudado, desde luego. Por un lado, siento admiración –o quizá la palabra sea respeto– por esa mística que se manifiesta en el genuino aprecio a la institución, la vocación de servicio, el amor al país. Hay algo de anacrónico en ese idealismo tan difícil de encontrar en otros ámbitos.

Al mismo tiempo, nunca he podido dejar de relacionar el comportamiento de las fuerzas armadas con flagelos sociales tan tóxicos como el machismo, el abuso y la violencia. La historia de América Latina resume bien la paradoja: ahí están los próceres militares de la independencia, los héroes indiscutibles de las guerras pasadas, los reclutas solidarios ante el desastre natural, pero ahí también los dictadores uniformados, los soldados violadores de mujeres, los sicarios con galones.

Me ha parecido advertir una aproximación similar en el centro de “Vino la noche”, , que se estrenó en el pasado Festival de Cine de Lima y que a partir de la próxima semana podrá verse en el circuito comercial.

Con una cámara-narradora filtrada en la intimidad de un grupo de las Fuerzas........

© El Comercio