La reina de la comedia
Un filósofo amigo solía decir que, en la corte, los chistes del emperador siempre son graciosos. Hasta el bufón, que algo ha de saber del oficio, los celebra como si fuesen brotes de ingenio. Y entonces el emperador –o la emperatriz o la reina o la presidente– cree que de verdad tiene aptitudes para la comedia y se aficiona a repartir chanzas y chascarrillos cada vez que coge el micrófono, como en una dilatada función oficial de aquello que los anglosajones denominan ‘stand up comedy’. Lo cierto, sin embargo, es que humor y poder se avienen mal.
El humor es, más bien, un arma contra el poder, pues desbarata su solemnidad y su farsa, y por ello funciona con frecuencia como instrumento de denuncia. Cuando el que ejerce el poder intenta ponerse gracioso, lo que le sale generalmente es una gansada irremediable o un bofetón abusivo. Durante........
© El Comercio
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