menu_open Columnists
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close

El hombre imperfecto

10 2
yesterday

Hace unas semanas mi esposa me convenció para hacer ejercicios en el gimnasio de la casa. Llevaba años sin ejercitarme y estaba subido de peso. Inaugurando unos desusados hábitos atléticos, empecinado en adelgazar, subía todas las tardes a la cinta para correr, elegía una velocidad moderada y, una hora después, bajaba, sudoroso, alardeando de mi resistencia, como si hubiera corrido una maratón.

Pensé que me sentiría mejor, gracias a ejercitarme. No ha sido así. Hace días me siento tan mal que ya no puedo subir a la cinta. Me ha atacado una enfermedad sin nombre, insidiosa. No me deja respirar bien, no me deja dormir bien, me tiene hecho polvo, a mal traer, con una tos horrible que convierte a mi boca en una de las siete puertas del infierno. Hacía tiempo no me sentía tan mal.

Mi esposa dice que es un caso de pura mala suerte. Ella cree que he enfermado a pesar de hacer ejercicios. Yo discrepo. Yo creo que estoy fatal por culpa de los benditos ejercicios. Quiero decir: si no alteraba mi rutina, subiéndome a la cinta cada tarde, ahora estaría respirando bien y no tosiendo de mala manera.

¿Por qué he enfermado en el gimnasio de casa? Tal vez porque mi esposa lo mantiene helado. Yo apago el aire acondicionado antes de subirme a la cinta, pero ya el ambiente está muy frío. Durante una hora, me agito, sudo y respiro un aire gélido. Tiendo a pensar que por eso me encuentro ahora colonizado por unos bichos enemigos, invisibles. Yo no puedo cohabitar con el aire acondicionado. Me enferma enseguida.

A veces, por querer ser una mejor persona, por aspirar a la versión ideal de uno mismo, terminas peor de lo que ya estabas. De haber sabido que enfermaría así, me habría resistido enfáticamente a subir a la cinta del gimnasio. No todos hemos nacido para agitarnos y sudar. A mi esposa le hace bien. A mí, por lo visto, no.

Es un problema........

© El Comercio